La misión de la Congregación. Raíces: Fidelidad creativa

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 La misión de la Congregación.
Raíces: Fidelidad creativa

Con bastante frecuencia, cuando me encuentro a gente que quiere descubrir nuestras raíces, veo en su comportamiento que actúan como si fueran detectives. Son aquellos que quieren descubrir todos los detalles sobre nuestro pasado. No hay nada malo en ello. Deberíamos conocer el pasado de nuestra Congregación, deberíamos conocer la historia de nuestra Congregación, las condiciones en las cuales se fundó nuestra Congregación. Sin embargo, ese conocimiento debería dirigirnos hacia la conciencia de que, por encima de todo, está la voluntad de Dios. Eso es importante.  

Entonces, en el proceso de descubrimiento de las raíces de nuestra Congregación, es muy importante que nos comportemos como peregrinos. No queremos ser buscadores, detectives que quieren descubrir todos los detalles, sino que queremos entender, sentir y casi tocar la acción del Espíritu Santo, que permitió que una Congregación así fuera fundada en la Iglesia. Es un tipo de experiencia mística en la cual deberíamos descubrir que Dios es servicial, que Él quiere servirse a sí mismo con la historia de la gente concreta. Esta exploración mística a través de los tiempos debería dejarnos descubrir aquellos elementos de nuestro carisma que son fundamentales. Podríamos decir: “Queremos descubrir el así llamado ADN de nuestra vocación redentorista”. No obstante, hemos de seguir lo que el papa Juan Pablo II escribió en el documento Vita Consecrata: “Deberíamos abrazar la fidelidad creativa”. Fidelidad significa conocer nuestro pasado, conocer nuestras raíces, tener conocimiento de las personas, tener idea del contexto en el que surgió nuestra Congregación. La creatividad nos invita a transformar esos elementos del pasado en presente, en nuestro contexto. Hoy en día nuestra Congregación es como un árbol, un gran árbol. Pero no debemos olvidar nunca que este árbol obtiene vida de las raíces. Debemos conocer nuestras raíces y saber que es de ellas de donde ese árbol toma vida, obtiene vida. Siempre tenemos que recordar que en la sombra de ese árbol es donde está nuestra misión. Ser la Iglesia para los más abandonados, para los olvidados, para los heridos. Ser la Iglesia para los que son rechazados, para los que viven en las periferias, ésos a los que Dios nos manda hoy. Emprender el viaje hacia las raíces de nuestra Congregación significa dejar que unos nervios muy buenos nos sacudan como si fuera un electrocardiograma. Debemos examinar cómo late el corazón del redentorista: si es un buen corazón, si hay amor en él, si hay compasión dentro de él, si hay esperanza dentro de él… Si es así, debemos continuar con eso. Pero, si descubrimos que falta algo, deberíamos volver a nuestras raíces, emprender ese viaje espiritual y ver claramente cuál era el objetivo por el que nuestra Congregación fue fundada e intentar vivirlo hoy en nuestros días.

Dios, cuando quiere cumplir su propósito, invita al ser humano a colaborar con Él. Lo mismo pasó en el origen de nuestra Congregación. Hubo un grupo de personas que comenzaron el proceso de la fundación. En ese grupo podemos resaltar 4 figuras que son crucialmente importantes si queremos entender las raíces, los comienzos de nuestra Congregación. Primero, nombremos a Alfonso María de Ligorio, nuestro fundador. Segundo, fijémonos en la beata María Celeste Crostarosa, la fundadora de las hermanas redentoristas. La tercera figura sería el obispo Tomaso Falcoia. La cuarta persona, la última pero no menos importante, es el beato Genaro Sarnelli. En mi opinión, esas 4 figuras desempeñan un papel crucial en el principio de nuestra Congregación. No hay tiempo para analizar sus biografías en detalle.
Sin embargo, ¿qué podemos aprender de ellos? Podemos aprender que en el origen de nuestra Congregación hay una historia fascinante: divina y humana. El carisma dado a la Iglesia por medio de la actuación del Espíritu Santo siempre es fresco. Nunca envejece. Podemos cambiar las formas, podemos cambiar las maneras con las cuales queremos encarnar este carisma, pero un carisma tal y como éste nunca envejece. Nunca será demasiado antiguo. De la misma manera ocurrió al comienzo de nuestra Congregación: Dios invita a personas concretas para su misión hoy en día. Somos llamados para continuar lo que empezó en 1732 en Scala. Nuestra familia redentorista recuerda a la humanidad, en la Iglesia, que Dios es rico en misericordia, que su redención es abundante, que su redención es para todo el mundo, especialmente para los olvidados, abandonados, heridos. Que su redención está dirigida especialmente a los pecadores. 

Todos estamos de acuerdo en que el día oficial de la fundación de nuestra Congregación es el 9 de noviembre de 1732. Es el momento en que el primer grupo de misioneros, junto con el obispo Falcoia, celebró la misa y cantó el himno al Espíritu Santo en la ciudad pequeña de Scala, al sur de Italia. Sin embargo, se nos debe hacer caer en la cuenta de que el proceso de la fundación de la Congregación no puede reducirse solamente a aquel momento puntual. Todos sabemos que el proceso de la fundación de nuestra Congregación dura desde el año 1732 hasta 1749, diecisiete años. En la vida de san Alfonso podemos distinguir dos etapas. La primera, en la cual podemos llamarlo el fundador, va desde el 1732 hasta el 1749. Alfonso es el fundador. Lee los signos de los tiempos, intenta escribir y vivir cómo debería ser su congregación. La segunda etapa va desde el 1749 hacia el año de su muerte. En esa etapa vemos a Alfonso como el rector maior, como el superior general. Si analizamos sus cartas de aquel momento, podemos ver que estas dos etapas están presentes en su vida. Es muy curioso que, durante esos diecisiete años, la primera comunidad de redentoristas funcionara sin ninguna regla, sin ninguna aprobación oficial y jurídica. Hacen misiones, van a la gente, incluso fundan nuestras tres primeras comunidades. ¿Cuál es la conclusión? La conclusión es bastante obvia: a los primeros redentoristas lo que les importa es la vida; que para los primeros redentoristas lo importante es nuestro servicio a los más abandonados, rechazados, olvidados… hoy diríamos los heridos. La ley no era de lo más importante. Eso vendrá más tarde, después de largos años de experiencia, de práctica, de dedicarse a la actividad misionera. Entonces será cuando pondremos por escrito nuestra primera regla. Esto es algo que podemos ver también en la manera de actuar del presente pontífice, el papa Francisco. Él nos invita a ir desde el contexto al texto. No al revés. Conocer el contexto, conocer la vida, vivir la realidad y, luego, escribirla en la ley. La primera comunidad enseña muy claramente que somos una congregación de misioneros y no de monjes. El toque monástico llegará a nuestra historia más tarde, cuando la Congregación se expanda más allá de los Alpes, especialmente por el territorio de Francia. En cierta manera podemos decir que nuestros cohermanos empiezan su misión desde la vida. No entran a la habitación y no se sientan a escribir la regla en primer lugar. No piensan demasiado sobre qué tipo de hábito deberíamos llevar. Lo importante era el ser humano, la misión, el celo apostólico. Esos años nos recuerdan hoy que nunca perdamos el toque de realismo, el contacto con la realidad, con el mundo real. Nos enseñan que la dignidad humana, su identidad, son mucho más importantes que la ley. Finalmente nos enseñan que Dios es el que guía nuestra misión, que Él proveerá.  Sin este conocimiento, sin esta convicción, nunca renovaremos nuestro celo apostólico de nuevo. Me gustaría traer a la mente un evento que pasó en la historia de san Alfonso. Después de su no tan sencilla conversación con María Celeste Crostarosa, él volvió a su habitación en Scala y empezó a llorar. Se encontró con Cesare Sportelli (uno de sus primeros compañeros) y Cesare le preguntó qué había pasado. Alfonso le contó que parecía que Dios quería que él fundase una nueva congregación misionera. Y Cesare le preguntó: “Entonces, ¿por qué estás llorando?”. Alfonso contestó: “Me preocupa dónde encontraré mis primeros compañeros”. Creo que podemos abrazar la preocupación de Alfonso como una invitación para nosotros hoy en día. Nosotros somos sus compañeros. Somos sus cohermanos. Somos los seguidores de Jesús el Redentor. La misión que él empezó, la continuamos hoy nosotros en la Iglesia y en el mundo.

Autor:  p. Piotr Chyła CSsR
Traductor: Hubert Starzycki CSsR

 


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