El exterminio de los redentoristas en Varsovia
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Raíces – El exterminio de los redentoristas en Varsovia – 6 de agosto de 1944
Ich werde euch wie Hunde erschießen! ¡Os voy a disparar como a perros!
El 1 de agosto de 1944 fue el primer día del levantamiento, en torno a las horas del mediodía, hacia este monasterio redentorista en Karolkowa llegó un grupo de insurgentes. Pidieron al padre superior hablar con él. Salió el padre Kania, y ellos en seguida anunciaron que tenían la orden del mando para ocupar este monasterio, que, por aquel entonces, era uno de los edificios más grandes en este barrio, como punto de resistencia. El padre rector se opuso, les pidió que no lo hicieran. ¿Por qué? Porque en los sótanos del convento, bajo la iglesia, comenzó a reunirse gente, nuestros feligreses en busca de protección. Por tanto, había mujeres, niños, personas mayores, y el padre pidió con lágrimas en los ojos: Señores, no lo hagan. Se lo pido, no pongan en riesgo a estas personas. Pues pueden dispararnos a todos. ¿Quién nos defenderá? Pero los los insurgentes no se rindieron, antes de entrar colgaron la bandera blanquirroja, que ondeó hasta la llegada de los alemanes.
Parte de nuestros cohermanos lo asumieron positivamente, pero había también algunos padres, que tenían otra opinión. Decían: Liberad, dejad ir sobre todo a nuestros clérigos, que huyan a algún sitio fuera de Varsovia, que salven su vida. El padre rector tenía otra opinión, dijo: No, nos quedaremos juntos, juntos tenemos más posibilidades de sobrevivir. Por aquel entonces, el voto de obediencia era muy considerado, no se podía estar en contra del rector. Esto era impensable. Don Rogoziński, un parroquiano nuestro, llegó corriendo el cinco de agosto por la tarde al convento, y comenzó a gritar: ¡Huyan, padres, huyan, pues todos han muerto en Wola y os van a asesinar! Uno de nuestros hermanos dijo: ¡No podemos! ¿Por qué? El jefe no lo permite.
A nuestro monasterio comenzaron a llegar corriendo gente de las casas circundantes. Eran sobre todo nuestros parroquianos. Se congregaron en los sótanos del monasterio: mujeres con niños pequeños, gente mayor, jóvenes. Nuestros padres los atendían, compartían con ellos la humilde comida que todavía poseían, vendaban las heridas, pero, especialmente, rezaban junto con ellos, celebraban la Eucaristía y, como nos dicen las crónicas: constantemente confesaban. Eran testigos de la seriedad de la situación, que podía ir a peor. El cinco de agosto por la mañana, los alemanes, y exactamente este horrible grupo de Dirlewanger, atacó desde este lado, desde las hermanas carmelitas, aquí hasta el jardín. Los insurgentes se retiraron a Śródmieście. El seis de agosto, domingo, cerca de las dos de la noche, Alemania rodeó todo el convento, por todas partes: desde el lado de la iglesia y desde el lado de la calle Wolska; no entraron al convento, tenían miedo. Sin embargo, después de un momento, entraron dos soldados y un civil al interior del convento, llamaron a alguien a voces. Del monasterio salieron el padre superior Kania y el padre Müller, que dominaban muy bien la lengua alemana. Se plantaron frente a los alemanes. Se dio una breve orden: Tienen quince minutos para abandonar el convento.
Los padres salieron a la calle, con seguridad miraron a su alrededor asustados, rodeados por este temible grupo de Dirlewanger. Cerca yacía en un charco de sangre una mujer fusilada. Nuestros cohermanos y congregados salieron con fe a la calle Karolowa. Todo ardía alrededor, aunque era de noche, como dicen los testigos: Había claridad, pues las viviendas circundantes estaban en llamas. Los alemanes se detuvieron y preguntaron: ¿Han salido todos? El padre superior dijo que quedaba el padre Górski, que yacía enfermo en el sótano. Los alemanes ordenaron que dos padres volvieran al convento y vigilaran al enfermo.
Al poco comenzó como una breve selección. Primero colocaron a los frailes en grupos de cuatro, a continuación a los hombres y, finalmente, un tercer grupo: mujeres y niños. Las mujeres comenzaron a llorar, sollozar y, entonces, uno de los alemanes se acercó, era evidentemente silesio, pues dijo en su dialecto polaco: huid, pero no miréis. Y las mujeres, en el lado de Śródmieście, huyeron y, así, salvaron su vida. Cuando 27 de nuestros cohermanos fueron conducidos por la calle Wolska, los alemanes, claramente, de modo escrupuloso comenzaron a saquear todo el monasterio. Dispararon supuestamente a cada rincón oscuro. Saquearon el convento de arriba abajo.
El padre Edmund Górski tenía 69 años, estaba enfermo, tenía depresión y no salía al exterior. Se quedó en el sótano. Cuando los alemanes llegaron, lo encontraron en la cama, lo arrojaron brutalmente al suelo, le dispararon y prendieron fuego a este sótano. Los dos restantes, Doliński y Kotyński, celebraban la Eucaristía en la iglesia. Los alemanes llegaron a la iglesia, los apartaron del altar, se burlaban de su sacerdocio y su vieja edad. Los llevaron al jardín y, allí, en el jardín, los fusilaron. El mayor de ellos, el padre Kotyński, parecía como si quisiera cubrir al padre Doliński ante cualquier peligro.
Los alemanes corrieron a congregar a la multitud a un lado de la calle Wolska. Hitler dio una orden: no permitir a nadie ser hecho prisionero; todos los habitantes de Varsovia tenían que ser fusilados y, de este modo, como decía, damos un apabullador testimonio a otras ciudades de Europa. Todos los frailes fueron registrados, algunos empujados, golpeados. El padre superior Kania gritó fuertemente: ¡Lamentad los pecados!. Pronunció la fórmula de la absolución; en ese momento uno de los alemanes se acercó y gritó: Was den los!? (¡¿Qué ocurre?!), lo golpeó con la culata y el padre cayó al suelo. Los restantes fueron dirección a la iglesia de San Wojciech. Estaban convencidos de que quizás irían en dirección a la estación de Pruszków, en la que se salvarían de alguna manera de esta terrible conflagración.
Al lado izquierdo pasaron por una estación de tranvías de la calle Wolska. Apenas unas horas antes de esta marcha, ocurrió aquí un horrible drama. Los alemanes, cuando rodearon esta estación, sacaron a todos los viajeros, a todos los trabajadores, más de mil hombres. A todos los fusilaron. Nuestros padres, cohermanos, de seguro pensaron entonces en la Madre del Perpetuo Socorro y la bella imagen de la Madre de Dios, que permaneció en la iglesia de Karolkowa.
Nuestros padres caminaron 800 metros desde el monasterio en la calle Karolkowa, nuestra iglesia, hasta aquí, ante la iglesia de San Wojciech. Estaban convencidos, al igual que otros que iban en esta fila, de que los conducían hasta este templo. Se dio la orden de seguir adelante. Los padres se inclinaron para coger la maleta o algún objeto allí. Lo alemanes mandaron dejar todo y los dirigieron inmediatamente hacia la izquierda, a la otra parte de la calle.
A veintisiete de nuestros cohermanos se les mandó ir ahí a la izquierda, a la plaza de la fábrica Kirchmajer y Marczewski. Era una fábrica de maquinaria agrícola en la calle Wolska 79-81; ahí los condujeron. Era un gran edificio, durante el levantamiento se quemó parcialmente, pero el muro del edificio llegaba precisamente aquí, a unos cuantos metros de la iglesia de San Wojciech. Tenemos el testimonio de una persona, que vio el momento de la ejecución de nuestros cohermanos. Don Czesław Cieślik contaba que fueron fusilados en este grupo. Los alemanes mandaron quitarse a todos los hombres las chaquetas, el primer grupo, nuestros padres, se puso en fila. Un joven de la Gestapo se acercó a nuestro superior, el padre Kania, y estos jóvenes de la Gestapo, según dicen los testigos, supuestamente eran los peores. Dijo estas palabras: Du hast Banditen erzogen. Ich werde euch wie Hunde erschießen! (Has escondido a bandidos. ¡Voy a dispararos como perros!). Mandó primero a los sacerdotes que se pusieran contra la pared, de espaldas, y disparó a todos en la cabeza con una ametralladora. Si alguno todavía se movía, disparó otra ráfaga al corazón, y así asesinó a todos. Al padre superior lo dejó para el final. Se deleitó unos minutos viendo a los asesinados y, a continuación, se acercó al superior y, sonriendo, apuntó a la cara y le disparó en la frente. Así los alemanes asesinaron a todos los veintisiete redentoristas, exactamente aquí, en este lugar.
El testigo del fusilamiento de nuestros cohermanos, don Czesław Cześlik, comenzó a huir. Se vino abajo con los disparos de las ametralladoras, recibió uno cerca del corazón, y otro le dio en la pierna. Es sorprendente que la bala que impactó contra su pecho rompió la imagen de cristal de san Antonio, pero, de alguna manera, no atravesó su corazón, los torturadores lo dejaron tranquilo.
Los alemanes quisieron de alguna manera eliminar los cadáveres, porque temían una epidemia. Mandaron a los hombres que esperaban a la siguiente ejecución, que apilaran en un montón a los redentoristas asesinados, con sus hábitos chorreando sangre. Primero se apilaron los cadáveres, después leña, después otra capa de cadáveres, y echaron gasolina o rociaron un polvo especial blanco inflamable. Aquí tuvo lugar la hecatombe, aquí fueron quemados los veintisiete frailes junto con los habitantes de Wola.
Algo extraño sucedió, como cuentan los testigos, entre otros el sacerdote Jan Twardowski. El clérigo escribió en sus memorias que, tras la ejecución de nuestros cohermanos, llegó en motocicleta un soldado de la Wehrmacht y gritó desde lejos: Halt! Halt! (¡Alto!). Dio al de la Gestapo un documento, y éste lo leyó y gritó: Halt! Y todos se dirigieron de vuelta a la iglesia de san Wojciech, que estaba llena de alemanes y, por supuesto, de civiles. La iglesia se convirtió en una gran prisión temporal. Un joven de la Gestapo salió al ambón y gritó en el dialecto polaco: Rezad por Hitler y os salvará la vida. Justo tras el fusilamiento de nuestros sacerdotes, se retiró la terrible orden dada por Himmler de fusilar a todos. Hubo presión de los aliados, hubo presión de diferentes gobiernos al gobierno alemán para parar los fusilamientos. Los aliados amenazaron con que dispararían a los prisioneros alemanes.
En febrero de 1945, uno de nuestros cohermanos, Jan Igielski, llegó aquí y la gente le contó sobre el extermino, le mostraron dónde se realizaron los asesinatos. El padre encontró en medio de las cenizas los huesos y restos de las víctimas. La medalla que tengo, con mucha probabilidad, fue sacada de aquí. Esta es como nuestra reliquia. Se encontraron también fragmentos de rosarios en la pendiente, una planta especial que no se quema fácilmente. Algunas llaves del convento, de nuestro convento de la calle Karokowa, y se encontraron también fragmentos de cruces, que llevamos bajo el hábito, que tampoco se quemaron.
El monumento que se construyó en recuerdo de los treinta religiosos, nuestros cohermanos, y nuestros habitantes de Wola fusilados, tiene un significado simbólico. Se ve granito negro, un cinturón, un rosario… simboliza al redentorista, al hábito, y esta modesta cruz blanca son los brazos de la cruz a los que fueron clavados los religiosos. La Plaza de los Mártires de Wola, la construimos en el año 2001 y está dedicada no sólo a los redentoristas, que murieron durante el Levantamiento de Varsovia, sino a todos los habitantes de la zona, especialmente a nuestros parroquianos. La placa conmemora a 50 mil asesinados; los estudios incluso muestran que esta cifra es mayor, aproximadamente 60 mil fueron asesinados. En estos primeros días hubo una matanza en Wola.
El extermino de redentoristas en Wola, el 6 de agosto de 1944, fue el mayor asesinato de religiosos durante la Segunda Guerra Mundial.
Autor: O. Paweł Mazanka CSsR
Traducción: Carlos A. Diego Gutiérrez CSsR
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