Confianza y espera
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Confianza y espera
D: Me pregunto por qué no todas las personas reciben la misma gracia de Dios. ¿Por qué unos reciben más y otros menos? Esto me parece un poco injusto.
T: A veces me extrañaba que el Señor no repartiera la misma gloria en el Cielo a todos los elegidos y temía que no todos fueran felices. Entonces mi hermana Paulina me encomendó ir a buscar un vaso más grande y a ponerlo junto a mi dedal y, a continuación, a llenar ambos recipientes con agua. Al final me preguntó cuál de los dos está más lleno. Le respondí que ambos están tan llenos, que no es posible echar en ellos más agua, porque no podrían albergar más agua. Entonces entendí que Dios da a sus elegidos tanta gloria como ellos son capaces de acoger, y así el último no tendrá nada que envidiar al primero.
D: ¿De dónde tender la seguridad de que yo también recibo la gracia de Dios? Mirando a la gente a mi alrededor tengo la impresión de que Dios a veces se olvida de mí. Sobre todo me siento más como una flor del campo, y no como una bella flor del rosal en el jardín.
T: Confía en Dios. La gente a menudo dice que no tienen suficientes fuerzas para ofrecerse plenamente a Dios. Mientras tanto, Él nunca cesa de enviar la primera gracia, la cual da valor para actuar, y a continuación fortalece los corazones para aspirar a la victoria.
D: Temo no reconocer la Gracia de Dios cuando la reciba. Es difícil eliminar de uno mismo estas dudas.
T: Estoy segura de que Dios te dará la gracia, y no debes dudar de que no sea así. Permanece constantemente en esta confianza. No es posible que Dios no responda a tu confianza, pues Él siempre mide su generosidad con nuestra confianza. Aunque reconozco que la confianza humana es muy débil y, a veces, es fácil extraviarse del camino.
D: Pudiendo indicar a los otros el camino a Dios, ¿te sientes de alguna manera elegida?
T: No, para nada. Dios puede servirse de cualquiera, de ti, de mi… Lo más importante es que Su Reino se haga fuerte en nosotros. La llama de esta fe no tiene que venir necesariamente de una gran hoguera. A veces basta una pequeña y humilde chispa para prender el fuego. Este poder lo tienen las oraciones del alma pequeña, que obran en los escondido. Nadie la ve, pero su obrar traen mucha gracia.
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