Emociones y anhelos
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Emociones y anhelos
La vida espiritual de un persona es, sobre todo, un don del mismo Dios. No podríamos entrar en contacto con Él, si Él no fuera nuestro amado Padre, que anhela unirse con nosotros. En realidad, nos ha creado para la vida con Dios. Así es nuestro Padre Celestial, que necesita, quiere, relacionarse con el ser humano, al cual creó desde el amor y nosotros también necesitamos esos vínculos con nuestro amado Padre. En este camino, juega un papel muy importante también nuestro compromiso. A veces la implicación se ve alterada, pero también ayudada por las emociones y los anhelos. Las emociones son algo muy importante en la vida de una persona. Dan sabor a la vida. Ayudan a la persona a desear a Dios, a echar de menos a Dios. Y realmente, para nosotros, estas emociones, que se despiertan en nosotros cuando nos encontramos con Dios, cuando nos topamos con nuestro excelso bien, para el cual hemos sido creados, provocan que nuestro camino hacia Dios se convierta en un camino increíble, bello. Anhelamos a Dios. Nos alegramos por la presencia de Dios. Al mismo tiempo, sin embargo, no podemos detenernos sobre nuestras emociones, pues son un fundamento demasiado inestable de nuestra relación con Dios. Sobre todo en los primeros años o en los primeros momentos, cuando la persona conscientemente abraza su vida espiritual, es decir, responde a este don que lleva en sí, que le ha dado Dios, nos acompañan emociones muy bellas. Nos acompaña la alegría, nos acompaña la comodidad, nos acompaña la bondad, que sentimos a través de lo que en nuestro corazón construyen estas emociones que son para nosotros las más bonitas, las más bellas. Pero al mismo tiempo, en ciertos momentos, estas emociones ya no pueden ser suficientes en nuestro camino hacia Dios. Estas emociones pueden ser, a veces, incluso ilusorias. A veces nos faltan. Sobre todo cuando comienza la sequía. Los santos llamaron a esto sequedad, desierto, que la persona atraviesa. Entonces estamos desorientados. Nos parece que puede ser que estemos rezando mal, que vamos por algún mal camino, sobre todo por las vivencias increíbles que acompañan nuestra oración, encuentros, lecturas bíblicas… En cierto momento, cuando llega el tiempo de la sequía, estamos desasosegados, a veces nos parece que algo no funciona, que Dios nos ha abandonado, se ha escondido, que no está, que no conseguimos encontrarlo. Los momentos de alegría iniciales se nos convierten a menudo en un periodo triste, de una determinada experiencia. Y hay que decir que, en realidad, no es un tiempo para el desasosiego. No es el momento en que debemos temer especialmente. Este momento lo atraviesan todos y cada uno de los que se acercan a Dios. Porque sobre las emociones cambiantes (éstas son por naturaleza cambiantes) no se pueden construir relaciones con otra persona, ni siquiera con una persona. Si todo depende de nuestras emociones caprichosas, puede parecer que esta relación no sobrevivirá a las pruebas del tiempo. Algo similar ocurre con Dios. Dios nos ama infinitamente y quiere que este vínculo esté fundado, construido, sobre un fundamento que sea profundo. ¿Cuál es este fundamento profundo? Este fundamento profundo es nuestra voluntad, nuestra mente. Por eso es tan importante fundar nuestra vida espiritual, como suele decirse, es decir, construir sobre roca. Esta roca es Cristo, ya lo sabemos. En la práctica, esto significa que construimos nuestra relación con Dios, construimos sobre nuestra voluntad, memoria, sobre nuestra mente. Yo mismo recuerdo cuando por primera vez fui a un retiro, por aquel entonces era un joven, y este retiro produjo en mí un verdadero bienestar, alegría. Estaba emocionado de vivir tan intensamente. Cuando rezábamos en comunidad junto con otros, cuando vivíamos en comunidad, cuando compartíamos aquello que la persona vivía en relación con Dios. Para mí fue una completa novedad y estaba emocionado. Mucho agradecía a Dios esa experiencia. Incluso no sabía que de modo tan intenso. Sin embargo, cuando volví a casa, en vacaciones, recuerdo que volvía a casa y no estaban ni mis conocidos, ni mis seres queridos, pues estaban muy ocupados, y me quedé solo. Recuerdo que viví esto muy intensamente, violentamente. Me afectaba una especie de tristeza. Intentaba rezar, intentaba leer la palabra de Dios. Resultó no ser suficiente. No saciaba muy alma. Se me hacía todo cuesta arriba, diríamos. Estaba conmocionado. Iba a la iglesia, pero no se daban estos maravillosos sentimientos, que recordaba todavía desde hace una semana, cuando en la comunidad de jóvenes, con un sacerdote, con una hermana catequista, podíamos rezar, podíamos acercarnos a Dios… Todo eso que viví, tras la vuelta a casa, se tornó en nada en comparación con esas vivencias increíbles que me acompañaron durante esos retiros. No sabía que pasaba conmigo, quería volver a esas experiencias y pregunté durante la confesión a un sacerdote sobre lo que me pasaba. Pienso que en estas situaciones merece la pena preguntar a alguien con experiencia, ya sea a un sacerdote durante la confesión, o a algún laico con experiencia. El hecho es que este proceso lo vive precisamente toda persona. Y entonces no se nos permite desanimarnos, esto lo primero. Lo segundo es que hay que saber que esto, como todo, tiene lugar en la vida de toda persona. No es extraño que en nuestra vida pasemos por un tipo de sequía, sequedad, que no nos atraiga a la oración, que justo nos aleje de ella, que no nos acompañen estos sentimientos interiores, este bienestar que nos acompañaba en anteriores encuentros de este tipo con Cristo. No hay que extrañarse de ello. Lo importante es ir despacio, no de golpe, por lo que parece todavía incomprensible, es decir, construir nuestro vínculo con Dios no sólo sobre las emociones y los sentimientos maravillosos, sino sobre nuestra voluntad de amor a Dios, la cual… ¿De dónde viene? Del conocerse. De conocer a Dios. Por eso, en nuestros anteriores encuentros hablábamos sobre la importancia de la Sagrada Escritura en la vida espiritual. Cuando leemos la palabra de Dios, que para nosotros es, por supuesto, no sólo un texto instructivo, moral, no sólo un texto exhortativo, algunas reglas importantes y sabiduría, sino sobre todo un texto a través del cual nos habla el mismo Dios, un texto inspirado, cuya lectura con fe, es decir, siendo conscientes de que Dios me habla ahora, el verdadero Dios, entonces esa palabra nos trae simplemente a Dios. Y de esta manera nosotros Lo conocemos. Dios nos mueve interiormente, mueve las cuerdas de nuestro espíritu, y entonces comenzamos a entender que Él nos habla. Precisamente por medio de su palabra escrita hace miles de años. Esto es muy importante para, lentamente (no sucede de una vez), recorrer la obediencia a Dios, la comprensión de la Sagrada Escritura, la paciencia que forma en nosotros la voluntad y no sentimiento. Hay que rezar a veces en contra de nuestros sentimientos. A pesar de que la persona no siente las mismas emociones, que no está tan a gusto como hasta ese momento, es insólitamente importante no confiar demasiado en los sentimientos. Si se dan, hay que alegrarse de ello; pero si no, hay que ser paciente, hay que ser perseverante en la oración. Por eso merece la pena establecerse un programa para nuestras prácticas espirituales, hay que rezar a menudo, esto es, sistemáticamente, puede que más brevemente, pero sistemáticamente, incluso cuando no queremos quebrarnos para realmente hablar con Dios. Hay que pedir también a Dios la gracia de una relación cercana con Él. A veces, cuando alguien no consigue recorrer esta etapa, puede detenerse sólo en las emociones. ¿Qué sucede entonces? Su oración se vuelve, llamémoslo así, „agitación interior”. Constantemente le gustaría sentir, pero no siempre lo consigue. En realidad, en vez de buscar a Dios, busca emociones. A menudo el mal espíritu se detiene en esto y nos dice: „no vales”, „Dios te ha abandonado”, „Dios no quiere tu cercanía”, „no puedes hacerlo”, „no vales para santo”. Por supuesto que esto no es verdad, esto son pensamientos que nos tiende el mal espíritu, el diablo. En realidad es la perseverancia, la sistematicidad, cierta terquedad en el anhelo por Dios, el camino para la solución. Hay que ir por la oración sistemática, es decir, por esa oración que planeamos. La oración planificada, sobre lo que hablaremos, es la base. Hay que rezar por la mañana, al medio día, por la tarde… hay que enfrentarse a aquello que nos parece que sería mejor para pasar el tiempo, y pasarlo con la Sagrada Escritura, reflexionando un tiempo, quedarse y, sobre todo, ser constantemente consciente de que Dios está a mi lado, que Dios está en mí, que es mi Padre amoroso, que me escucha, incluso cuando me parece que en absoluto no está en mi corazón. ¿Sobre qué merece la pena construir nuestro vínculo con Dios? ¿Sobre qué edificar nuestra oración? Aparte de ejercitarnos en la perseverancia, paciencia, sistematicidad, es muy importante edificar nuestra oración en nuestros anhelos más profundos. Los anhelos nacen en la persona desde la voluntad. La voluntad comienza a anhelar a Dios. Dios despierta estos anhelos en nosotros. ¿Pero cuándo sucede? Cuando conocemos a Dios. Hay que leer la Palabra de Dios, hay que seguir conociendo a Dios, no sólo desde la parte digamos intelectual, para leer algunos libros, que siempre son muy valiosos. Pienso que cada año, cada dos años, habría que leer algún libro sobre Jesús, sobre el Evangelio… constituyen un alimento espiritual. Pero por supuesto la Sagrada Escritura está en primer lugar. Y nuestro anhelo de Dios, esos anhelos profundos, Dios los construye en nosotros. Pero nosotros también tenemos que colaborar en la formación de esos anhelos. Los anhelos se construyen precisamente en el conocimiento de Dios. Cuanto más conoce a Dios una persona, cuanto más se esfuerza, cuanto más se interroga, entonces más aparecen en su corazón estos anhelos que no sólo son el anhelo de un buen sentimiento, sino también de un conocimiento profundo de Dios. De esta manera todos formamos nuestro interior. Nuestro interior entonces, como diré, está iluminado por la Palabra y por la experiencia que Dios nos da. Es un poco así como si alguien entrara a una cueva oscura. No sabe dónde se encuentra, si es una cueva grande o no, hasta que no comienza a hablar. Entonces el eco le dice que es una cueva grande en la cual puede mirar. Cuando encendemos la luz, entonces vemos la dimensión de esta cueva; de otra forma no sabemos, estamos simplemente a oscuras. De modo similar ocurre también en nuestro interior. Cuando una persona conoce a Dios, cuando se enciende su anhelo de Dios, entonces esta habitación interior, este interior nuestro… nuestra alma podríamos decir, nuestra conciencia, nuestro corazón (decimos muy a menudo) se nos volverá más claro, es decir, comenzaremos a sentir en él tal y como sentimos en nosotros. Empezamos a conocer que en nosotros existe ese espacio interior, del que a menudo nos olvidamos. Y por eso las emociones y los deseos son dos realidades en nosotros. Sobre las emociones no podemos construir nuestra vida espiritual, así como ninguna relación con otra persona. Podemos edificarla sobre los anhelos. Y estos se adquieren del conocimiento de Dios, de amarlo… Cristo dice: „el que me ama, a él me revelaré”. Y esta es la clave para profundizar en nuestra vida espiritual.
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