DOS CORAZONES QUE SE AMAN

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DOS CORAZONES QUE SE AMAN

Hola a todos. Me llamo hermana Katarzyna, soy sierva de la Inmaculada Concepción de la Beata Virgen María, y este año profesé los votos religiosos perpetuos. Provengo de la parroquia de Smęgorzów, y actualmente estoy en Tarnów, donde trabajo en nuestro orfanato. Me preguntaron qué es para mí la Eucaristía. La única respuesta que puedo dar es que la Eucaristía es amor.

El momento de la Eucaristía es para mí un encuentro íntimo de dos personas que se aman, de dos corazones que se aman: el de Jesús y el mío. Una vez pensaba: ¿Es posible dar al alguien algo mayor que uno mismo? Esto hace Jesús, cada día, durante cada Misa: se da a sí mismo. Me gustaría darme a Jesús, de modo tan perfecto. Pero rápido comprendí que no se trata de eso… Jesús me quiere auténtica: débil, pecadora, imperfecta, no ideal… tal y como soy hoy. Fuertemente creo que, del mismo modo que Jesús transforma el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, también tiene el poder de cambiar mi vida, que no es precisamente ideal, pero es auténtica. Puede que la cambie no como a mí me gustaría, sino como Él quiere. Jesús lo sabe mejor que yo. El momento de la Eucaristía es para mí un tiempo para hacer silencio, para confiar a Jesús mi cotidianidad: mis obligaciones, relaciones, amistades, lo que es alegría y belleza… También aquello que es difícil, lo que me forma cada día, sin fingimientos. Es el momento en que me pongo sinceramente delante de Él y le doy, a veces, mis manos vacías, otras veces puede que nada, pero estoy. Pienso que lo más importante en la relación con Jesús es estar presente. A veces tengo esos momentos en los que entro a la iglesia escuchando el estruendo de la calle, las conversaciones de la gente, diferentes ruidos. Entro en la iglesia, y silencio. Para mí es increíble cómo ese silencio lo dice todo. Este silencio expresa tanto, da tanta paz y tranquilidad… Un silencio que no inquieta; no es un reproche o algo que moleste o irrite. No importa si estoy en una misa solemne en la iglesia, o si es una misa tranquila en la capilla; Él siempre es el mismo. Para mí es increíble que Jesús nunca cambie y siempre sea para mí tan… bello. ¿Mi encuentro más bonito con Él? De seguro lo encuentro en la Palabra de Dios. Durante la liturgia de la Palabra en cada misa, y también en mi oración personal con la Palabra, a través de la cual Jesús se me muestra auténtico. Palabra, que me indica el camino, me indica cómo he de vivir para seguir a Jesús. Palabra que me muestra su gran amor por cada una de las personas, que fija las rutas en mi vida, que me guía. El momento de la transformación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el momento de la consagración, también es el momento de mi consagración personal. La que Jesús hace cada día de nuevo para mí es increíble porque Jesús me muestra lo que significa ser y estar para los demás. Es permitir que otros me “partan”, que otros me “coman”, que otros saquen de mí lo que necesitan, lo que Jesús les da a través de mí. No lo entiendo, pero creo que, si Le permito que me guíe, si permito que Jesús decida sobre mí, sobre mi vida, gracias a Él podré transmitirle él a través de mí. Puede transformar a otros, pero sólo cuando se lo permito, pues si le aparto, Jesús no podrá actuar. Esto es increíblemente difícil, pues me gustaría controlar de alguna manera mi vida, y Jesús me enseña lo contrario: Yo abrazo tu vida, así que permíteme actuar. El momento más bonito en todo el día es el momento de la Comunión, en el cual Jesús y yo nos hacemos uno, somos un solo cuerpo. Ya nada es importante, sólo nosotros. Silencio, encuentro, presencia, amor. Para mí es muy importante mi adoración personal al Señor Jesús, oculto en el Santísimo Sacramento, durante la cual le miro, y Él me mira. Momento en el que las palabras se quedan cortas. A veces basta con el silencio, la presencia y la seguridad de que Él me ama, a pesar de que no soy perfecta, cometo errores y peco. No es importante, pues su amor nunca cambia. Esto es para mí lo más importante. Cada día me despierto con la conciencia de que Su amor es siempre igual: fuerte, profundo, auténtico. Un amor sin límites, que en la cruz me mostró que soy para Él lo más importante, que cada día me lleva a los demás. ¡Gloria a Dios por ello!

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