Comunidad Apostólica: Comunidad Abierta, Comunidad Organizada
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Comunidad Apostólica:
Comunidad Abierta, Comunidad Organizada
Constituciones son para nosotros fuente de espiritualidad… Cuando un cuerpo rota entran en juego dos fuerzas: una fuerza centrífuga, que apunta hacia afuera; y una fuerza centrípeta, que se dirige, o apunta, hacia el centro. Pero dicen los estudiosos que en realidad se trata de una misma fuerza experimentada desde diferentes puntos de vista.
Pues bien, valga esta comparación para decir que, en la comunidad redentorista, existe una fuerza que nos mantiene anclados al centro de gravedad, que es Cristo Redentor; es la fuerza que genera, la vida de oración, la vida sacramental, todas las manifestaciones de nuestra espiritualidad… La otra fuerza empuja hacia afuera, es decir, hacia el apostolado, hacia el testimonio, porque la Congregación no existe para sí, sino para la misión. La Comunidad Redentorista se proyecta en estas dos direcciones: ad intra y ad extra. Pero, es la vida apostólica, es decir vivir con Jesús a la manera de los apóstoles, lo que le da unidad a estas fuerzas y a todos los elementos de la vida redentorista.
La constitución 43 afirma que “La comunidad primaria y básica para los congregados es su propia comunidad religiosa.” Y esta comunidad básica, como toda comunidad cristiana está anclada en la Trinidad y deriva de ahí su identidad y su ser; es el centro de atracción. San Alfonso afirmó que: “Toda la santidad y la perfección del alma consiste en el amor a Jesucristo, nuestro Dios, nuestro sumo bien y nuestro redentor.” Esta es esa fuerza centrípeta que nos ancla, como comunidad e individuos, a nuestro centro de gravedad. Es el mismo amor, que como lo explica nuestro fundador, es un amor excesivo que llevó al Padre a enviarnos a su Hijo amado para restituirnos la vida que habíamos perdido por el pecado (Tratado del amor a Jesucristo). Es la fuerza que nos da la razón de nuestro ser, la que genera nuestra identidad como comunidad como creyentes. Esa fuerza centrípeta es la que nos lleva, como lo decía San Alfonso “a conformar nuestra voluntad a la voluntad del Padre”.
Y al mismo tiempo que la comunidad es atraída por ese centro de atracción, es movida también por otra fuerza que va no hacia el centro, sino hacia “afuera”, es la fuerza centrífuga. Si atracción centrípeta explica y le da razón a nuestro ser, la atracción centrífuga es la que explica y le da razón a nuestro quehacer. La influencia centrífuga es nuestro sentido de misión, y de hecho es lo que genera nuestra misión. Por eso la constitución 43 se refiere la comunidad religiosa como una comunidad abierta. “Así, sin dejar de lado la propia comunidad, hacen partícipes a todos del gozo del evangelio que ellos viven, y se convierten en fermento del mundo y testimonio viviente de esperanza.”
Comentando la const. 43, el p. Rapponi afirma que este número quiere “poner en alerta ante la tentación de la comunidad de replegarse sobre sí misma y encastillarse en su autonomía, con el riesgo subsiguiente de justificar su comodidad y su inercia.” Recordemos la intención de San Alfonso, de ubicar las primeras casas en medio de las diócesis rurales. El propósito no era proteger la intimidad, sino para estar en el centro de la dinámica pastoral. Hoy interpretamos mejor esta estrategia con las palabras solidaridad, apertura con los pobres, inserción.
La const. 43 tiene una relevancia muy importante hoy, especialmente cuando muchos laicos quieren conocer y vivir nuestro carisma alfonsiano. Es aquí donde las casas redentoristas tienen que caracterizarse por ser abiertas y acogedoras. Esto no tiene que verse tanto como una amenaza a la intimidad e identidad de la comunidad, sino más bien como una oportunidad para que nuestro carisma se extienda en el mundo de hoy. De hecho, la constitución dice que es de esta manera como los congregados “hacen partícipes a todos del gozo del evangelio que ellos viven, y se convierten en fermento del mundo y testimonio viviente de esperanza” Y qué mejor forma de hacerlo que con nuestros laicos asociados que comparten nuestra misión y carisma.
Pero estas dos fuerzas necesitan estar balanceadas. Aplicado a la comunidad, esto quiere decir, que ella (la comunidad) necesita una especie de “regulador.” Por eso la constitución 44 habla de que “cada comunidad necesita una organización adecuada y un plan concreto de vida comunitaria.” Dentro de los planes y programación que rige cada comunidad se da espacio para la oración en común, los retiros, e incluso tiempo personal, para el silencio: podríamos decir que aquí vemos la dimensión cartuja de la comunidad redentorista. Pero la comunidad debe también regular el apostolado y la proyección misionera de la comunidad que es generada por esa “fuerza centrífuga”; si no lo hace cae en activismos y poco a poco pierde su razón de ser A veces no es fácil encontrar la armonía, pero eso es lo que precisamente pretende alcanzar una comunidad organizada. Una comunidad organizada pone atención y regula estas dos fuerzas. Si no lo hace cae o bien en el activismo sin espiritualidad, o en una especia de espiritualismo o intimismo sin ninguna proyección misionera o sin encarnar lo que dice creer.
Nuestras constituciones, estatutos, proyectos de vida comunitarios buscan balancear estas dos fuerzas. Pero las normas no pueden ser una especie de tercera fuerza que anule u opaque las otras dos, es decir, que las normas deben promover estos dos movimientos. Con relación a las const 44-45, el p. Raponni afirma que la organización de la comunidad prevista por estas constituciones busca encontrar un punto medio entre dos extremos: el individualismo anárquico y el legalismo que todo lo determina, lo uniforma. El dinamismo misionero y una auténtica vida comunitaria son dos caras indisolubles de la vida apostólica. Por eso la organización de la que hablan estas constituciones “no puede traducirse en formas absolutas y fijas, con finalidad en sí mismas, sino en formas flexibles que transparentan un verdadero humanismo.”… “Flexibilidad y descentralización. Pero también obligatoriedad.” Pero, en últimas es la conciencia de pertenecer a una comunidad misionera la que debe llevar a asumir la organización como una garantía de crecimiento personal y de fecundidad apostólica, y no como una limitante” dice el p. Raponni.
Es por eso que las reglas deben acomodarse a las circunstancias y contextos propios. La constitución 45 lo pone en estos términos: “Estas normas… deben ser tales que, por su naturaleza y en vista de las tareas misioneras, puedan adaptarse a lo que exijan la Iglesia, las circunstancias de tiempo y lugar, así como la cultura e índole propia de cada pueblo.”
Estas tres constituciones apuntan a poner el énfasis apropiado a cada una de estas fuerzas y generar el balance adecuado entre las diferentes dinámicas de la vida comunitaria.
CONCLUSIÓN
Hemos utilizado una metáfora para acercarnos a las constituciones 43, 44 y 45. Por supuesto todas las metáforas no son precisas y son solo una herramienta del lenguaje que nos ayuda a enmarcar un concepto. ¡Al hablar de comunidad organizada que sigue sus propias normas y se ajusta a las circunstancias no queremos insinuar que el éxito de la armonía en una comunidad depende de sus planes o de sus reglas, por supuesto que no! Bien sabemos que, en últimas, la armonía de estas fuerzas depende también de la docilidad de la comunidad al Espíritu Santo, ya que es Él quien nos mueve al seguimiento del redentor y nos impulsa a vivir nuestra vida apostólica, mientras nos mantiene anclados en nuestro centro, que es Cristo Redentor.
Autor: p. Cristiano Bueno CSsR
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