Mártires ucranianos – Les destruyeron el cuerpo, pero no el espíritu.

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Comunidad de conversión y testimonio.
Raíces: Mártires ucranianos – Les destruyeron el cuerpo, pero no el espíritu.

 

¡Saludos en Jesucristo!

En el año 2001, el santo papa Juan Pablo II, durante su visita oficial a Ucrania, declaró santos a 25 mártires ucranianos. Hombres y mujeres, sacerdotes, consagrados y laicos, que estuvieron dispuestos a dar todo por razón de su fe y amor a Cristo. Entre estos 25 mártires había 4 cohermanos nuestros redentoristas. Hoy me gustaría contaros sobre estos beatos nuestros.

Al principio, deseo llamar la atención sobre el santo Ivan Ziatyk. Cuando entró en la Congregación Redentorista ya era sacerdote. Independientemente de su dignidad y posición (era profesor en el seminario), con humildad aceptó su nuevo lugar en la comunidad religiosa, comenzando su formación como novicio. A menudo él mismo se ofrecía para los trabajos más duros, sin pensar en su edad. Así creció en santidad y humildad. Los cohermanos daban testimonio de que por la mañana comenzaba el primero el trabajo y era el último en volver al convento tras el trabajo. Humildemente aceptó todos los servicios que le confiaban. Cuando los comunistas tomaron el poder, comenzaron los arrestos de las jerarquías de la Iglesia grecocatólica. Durante un breve tiempo, nuestra Iglesia fue confiada al cuidado de los redentoristas de Bélgica, la cual, en ese tiempo, estaba bajo la dominación alemana. Los alemanes, por su parte, tenían un tratado con la Rusia soviética.

Sin embargo, en poco tiempo, los padres de Bélgica fueron deportados. Durante el desalojo de los padres de Bélgica, uno de ellos puso la mano sobre el hombro de nuestro beato, el p. Ivan Ziatyk, y dijo: “En tus manos encomiendo esta Iglesia”. En poco tiempo el p. Ivan también fue arrestado y enviado a Siberia. Allí fue brutalmente torturado, hasta que una noche lo arrastraron fuera del campamento y lo apalearon cruelmente y lo dejaron a la helada intemperie. En breves, tras esto, murió.

El siguiente que quiero recordar es el beato Zenowij Kowałyk.

Zenowij Kowałyk fue un hombre muy bueno, lleno de alegría y a menudo bromista. Intentaba atraer a la juventud a la Iglesia. Era bien conocido por su celo misionero y su espíritu apostólico. Dirigiendo retiros en diferentes aldeas, puso mucho esfuerzo y compromiso, para, con cantos, chistes y diferentes pensamientos inusuales, atraer a los jóvenes a Cristo del modo más cercano. Cuando los comunistas tomaron el poder, sin cesar dirigía su actividad abiertamente, reuniendo a la gente en protestas conjuntas contra las autoridades y aquello que hacían. Llevó a cabo procesiones por las calles de Lviv en honor a la Madre de Dios, a menudo predicaba contra aquello que las autoridades hacían en relación con la Iglesia de Cristo. Recibió advertencias de que los comunistas no lo tolerarían, pero él, tomando la Biblia, a menudo decía: “No puedo temer a la gente, sin temer a Dios”.

El beato Zenowij fue arrestado y metido en la cárcel de “Brygidki” en Lviv. Cuando llegaron los alemanes, los comunistas decidieron acabar con los prisioneros. Dispararon a algunos. Zenowij animaba la vida espiritual en la cárcel, dirigía rosarios comunitarios y otras oraciones. Abiertamente decía que era sacerdote, para que otros presos tuvieran la posibilidad de confesarse. Con frecuencia predicaba a Cristo crucificado y hablaba sobre la necesidad de vivir preparado para el sufrimiento con Cristo. Los guardias, sabiendo todo esto, decidieron tratar con él de modo especialmente cruel. Lo arrastraron desde su celda y lo crucificaron a las paredes de la cárcel. Más tarde, mientras todavía vivía, le acercaron a una mujer presa, que esperaba un hijo. La asesinaron brutalmente ante sus ojos, le extrajeron de su vientre a su hijo nonnato, le cortaron el vientre y lo clavaron. Dejaron a Zenowij torturado, el cual murió entre tormentos debido a la pérdida de sangre.

Nuestros siguientes dos beatos eran obispos. El primero era el beato obispo Wasyl Wełyczkowski. Cuando el cardenal Slipy iba a ser llevado a Roma, durante su corta estancia en Moscú, llamó ante él a Wasyl Wełyczkowski, y lo consagró obispo en la habitación del hotel. Le llamó con las siguientes palabras: “No lleves nada contigo, pues tengo cosas que traspasarte”. De esta manera le transfirió la “Iglesia clandestina”. Wasyl Wełyczkowski aceptó humildemente este tesoro. Sirvió a la Iglesia como pudo, por lo cual fue arrestado y torturado brutalmente. Debido a su grave estado de salud, se le llevó al hospital, donde, sin embargo, no dejaban de atormentarlo. Le pusieron inyecciones para acelerar su muerte. Cuando las autoridades se enteraron de que estaba cercano a morir, temiendo que pudiera ser un mártir de la Iglesia grecocatólica, lo enviaron a su familia en Europa, le dieron un pasaporte que no le permitía volver a Ucrania. Independientemente de su estado de salud, viajó por la diáspora de los fieles de la Iglesia grecocatólica y animó a apoyar a nuestros hermanos de la Iglesia clandestina, sin acordarse de los propios sufrimientos que experimentó.

Tras la exhumación que tuvo lugar en Canadá, todos vieron que su cuerpo no solo se conservaba incorrupto, sino que los músculos seguían siendo flexibles. Fue reconocido como un gran milagro, pero cuando comenzaron a examinar los restos mortales del obispo Wasyl, se dieron cuenta de que el dedo de su pie comenzaba a pudrirse. Las hermanas que cuidaron de él durante su vida explicaron todo el asunto. El obispo Wasyl pidió que esto quedara en secreto mientras vivía: sus dedos, debido a la congelación y a la tortura en Siberia, comenzaron a pudrirse antes de su muerte.

El último beato es Mikołaj Czernecki, aquel que es el primero en la lista de los 25 de nuestros mártires ucranianos. Mikołaj Czernecki era una gran persona, suave, fuerte en la fe y lleno de esperanza. Sufrió mucho cuando lo enviaron a realizar trabajos forzados y por las persecuciones. Aguantó más de 600 horas de interrogatorio y ensañamiento contra él. Conociendo su don para convertir a la gente, que se acercaba a él, los torturadores persuadieron a otros prisioneros para que ellos también lo torturaran. Los guardias veían bien el destino que esperaba a los nuevos prisioneros. Durante sus más de 10 años de estancia en prisión, estuvo en más de 30 campamentos y lugares de reclusión diferentes. Se le asignaban los trabajos más duros. En la vejez, debido a los sufrimientos que le infringían, perdió la audición. Cuando en uno de los campamentos trabajaba como fogonero, se acercó a él un guardia y gritó que todos pararan de trabajar porque iba a llegar el capitán. El obispo Mikołaj no escuchó lo que decía y continuaba el trabajo. El guardia estaba tan furioso que se acercó a él y lo derribó y comenzó a darle patadas. Mikołaj Czernecki no gritaba, no se enfurecía, sino que con su mirada suave observaba al guardia; en silencio soportó esta brutal paliza. Con el tiempo, la conciencia comenzó a atormentar al guardia, que continuamente veía la mirada de Mikołaj Czernecki. Cierta noche se acercó en secreto al obispo Czernecki con la intención de pedirle perdón. Mikołaj Czernecki, viéndolo se acercó corriendo a él, lo abrazó y le dijo primero que le perdonaba todo. Después de algún tiempo este guardia llevó en secreto a toda su familia donde Mikołaj para que pudiera ser bautizada.

Así sufrieron nuestros 4 beatos. Las autoridades soviéticas, que podían destruir su cuerpo, no lo lograron con su espíritu, su fidelidad a Cristo y su amor.

¡Alabado sea Jesucristo!

Autor: p. Taras Kchik CSsR
Traducción: Carlos A. Diego Gutiérrez, CSsR

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