La finalidad de la acción misionera

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La finalidad de la acción misionera

Es sorprendente cómo las Constituciones de la Congregación Redentorista están imbuidas del lenguaje del Evangelio. Una y otra vez, las constituciones directamente se refieren al Nuevo Testamento. Por una parte, no es sorprendente; el Nuevo Testamento es el texto base de nuestra fe cristiana. Pero también significa que nuestras constituciones siempre nos recuerdan que la vida redentorista (y la de nuestros asociados en la familia redentorista) está basada en la llamada del mismo Jesucristo. 

Lo que hacemos es escuchar su mensaje, recibirlo y continuar su proclamación. 

Las constituciones 11 y 12 hablan sobre el significado y la finalidad de nuestro trabajo, de la actividad misionera. Por eso en el título se lee: finalidad de la acción misionera. Nos preguntamos: ¿Qué es lo que hacemos como redentoristas? ¿De qué se trata?

Precisamente en este punto importante, nuestras constituciones empiezan a hablar de nuevo con el lenguaje del Evangelio. Y dice: “Se nos confía el ministerio de la reconciliación”. Incluso se afirma que éste es un verdadero don; un don que nosotros, por supuesto, no debemos guardarnos para nosotros, sino darlo a los demás. Debemos acercar la buena noticia de la salvación a la gente y anunciar un “tiempo favorable”, “un tiempo de gracia”.  

Aquí se hace eco de las palabras de San Pablo.

Se nos pide invitar a las personas a la conversión, de modo que crean en el Evangelio, en la Buena Noticia. “Conviértete y cree en el Evangelio”: éstas son las primeras palabras de Jesús, tal y como se puso por escrito en el Evangelio según san Marcos. 

Nuestra misión hunde sus raíces en el Nuevo Testamento y, en última instancia, en la vida y mensaje del mismo Jesús. 

La finalidad del trabajo misionero se expresa de un modo más reflexivo: Nuestra proclamación debe conducir a la gente a “una radical elección de vida, a una opción por Cristo”. 

Esto significa que debemos invitar a la gente a comprometerse personalmente con Jesucristo y a que se dirijan a Él. No somos nosotros, los redentoristas, los compañeros más importantes en este camino para la gente; el mismo Jesucristo es el compañero más importante en el caminar por la vida. Él es el camino, la verdad y la vida. 

“Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.”

Así dice el documento de Aparecida de la Iglesia en Latinoamérica. 

Cualquiera que quiera vivir como cristiano ha escuchado de alguna forma la voz de Jesucristo. Algo sobre su vida, sus palabras, le ha tocado, le ha fascinado. Ha escuchado la llamada de Jesús. 

La opción radical de un cristiano es querer contestar esta llamada. Querer conocer a Jesucristo más aún, entenderle mucho mejor. Querer ponerse serio con la vida como discípulo. Con la propia vida, dar una respuesta al llamado que ha oído. 

Éste es el punto más importante en esta parte de nuestras constituciones sobre la que estoy hablando: invitar a la gente a una opción radical. 

Es una decisión muy básica; afecta a mi vida entera. 

Y permanece como un proceso constante de aprendizaje, un proceso constante de conversión. En el transcurso de mi vida, siempre me encuentro en una situación nueva y previamente desconocida. Afronto nuevos desafíos, experimento crisis y también momentos de particular claridad, vivo el ánimo, también los interrogantes. En todas las diferentes situaciones de la vida, quiero responder al llamado de Jesús. 

Lo mejor que pueda. 

Nunca seré perfecto. Por eso es importante estar dispuestos a convertirse. Por tanto, nosotros, los redentoristas, en nuestra predicación, debemos animar a la gente a convertirse, fortalecerlos “con suavidad y firmeza a una incesante y plena conversión”, como dicen las constituciones. 

Este acompañamiento, el estímulo y fortalecimiento de otros, es realmente importante. Nadie vive su vida solo. Ningún hombre es una isla. 

Éste es el segundo punto importante en esta parte de las constituciones sobre la que estoy hablando: estamos juntos en este camino. Por tanto, la constitución 12 habla de la comunidad de los fieles, de la Iglesia. 

Por una parte, la decisión de ser cristiano es una decisión individual, personal. Es una opción radical que nadie puede hacer por otro. Cada uno tiene que tomar esta decisión por sí mismo, y luego encontrar modos de expresarla en su vida, de llevarla a cabo. Por otra parte, necesitamos la comunidad de creyentes. Nos necesitamos unos a otros para ir bien. De nuevo, nuestras constituciones dicen:

“Por eso, el fin de toda acción misionera es suscitar y formar comunidades que vivan dignamente la vocación a la que han sido llamadas…”

He visto que esta idea se recoge extraordinariamente en una cita de Dietrich Bonhoeffer. Dice:

“Dios quiso que buscáramos y encontráramos su palabra viva en el testimonio de hermanas y hermanos, en boca humana”.

Es por esto por lo que el cristiano necesita de otro cristiano que le comunique la palabra de Dios. 

Lo necesita una y otra vez cuando se vuelve inseguro y desanimado, porque él no puede ayudarse a sí mismo. 

El Cristo en su propio corazón es más débil que el Cristo en la palabra de la hermana o del hermano. Aquella no es segura; ésta, sí lo es. 

Necesitamos unos de otros para caminar el sendero de la fe. Por eso, la “finalidad de la acción misionera” en nuestras constituciones también incluye una invitación e introducción a la comunidad eclesial. Quien haya escuchado la llamada de Jesús y haya decidido responderle con su vida no debe quedarse solo. 

Y justo en la siguiente frase, la constitución habla de las comunidades eclesiales (en plural), que necesitan ser formadas. Se trata de vivir y mantener esta comunidad viva en muchos lugares diferentes. Vivimos en muy distintos lugares en nuestro mundo, pero todos pertenecemos a la única Iglesia de Jesucristo. 

Hay expresiones particularmente intensas y efectivas de la presencia de Dios en nuestra Iglesia: los sacramentos. En este contexto, nuestras constituciones mencionan el sacramento de la reconciliación y el de la Eucaristía. A través de estos sacramentos, los cristianos se ven fortalecidos individualmente en su fe; a través de ellos, también se forma la comunidad eclesial y se fortalece. Entonces, la celebración de los sacramentos es una parte esencial de la acción misionera de los Redentoristas. 

Al final de la constitución 12, hay una frase que me parece muy desafiante. Dice: “De este modo, la comunidad cristiana se hace signo de la presencia de Dios en el mundo”. ¡Signo de la presencia de Dios en el mundo!

¿No es eso demasiado bueno para ser verdad? Es realmente desafiante.

Es un ideal, por supuesto. Y cada uno de nosotros sabe cuánto la comunidad cristiana a veces contradice este ideal. Percibimos esto muy rápidamente cuando miramos a nuestras comunidades concretas, esto es, a nuestras propias vidas. No tenemos que ir muy lejos para encontrar ejemplos donde las cosas no van tan bien, donde algo va realmente mal. Sin embargo, esta idea sigue siendo un desafío: la comunidad cristiana es un signo de la presencia de Dios en el mundo. 

Es útil volver al principio: ya se ha hablado del ministerio de la reconciliación. 

Estoy convencido de que la reconciliación es un verdadero signo de la presencia de Dios entre nosotros, las personas. Cuando la gente que estaba enfrentada vuelve a hablarse; cuando la confianza crece entre extraños; cuando el individuo ya no vive en conflicto consigo mismo, sino que se ha reconciliado consigo; cuando las heridas empiezan a sanar. 

Si nosotros, redentoristas y asociados a la familia redentorista, podemos contribuir a la reconciliación, es bueno. Entonces, la comunidad cristiana se vuelve un signo de la presencia de Dios en el mundo. Esto también se torna comprensible para las personas que viven en una sociedad secular y que no han oído ni entendido mucho sobre religión ni Dios, y quizás no piensan mucho en ello. 

Para nosotros, como cristianos, está claro que Dios mismo trabaja por la reconciliación y nos llama a la reconciliación. En esto creemos, en que Él trabaja entre nosotros, y nosotros somos testigos del Redentor.  

Autor: Johannes Römelt CSsR
Traductor: Carlos Alfonso Diego Gutiérrez CSsR


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