Etapas del desarrollo espiritual

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Etapas del desarrollo espiritual

La persona comienza su camino con Dios desde el momento de su existencia, desde el momento de su existencia. El Sacramento del bautizo hace que en nosotros habite Dios. De manera sacramental estamos convencidos de esto. El Espíritu Santo habita en el hombre y actúa en él. La educación de los padres, el entendimiento, el crecer a una mayor responsabilidad, incluso la preparación para la Primera Comunión, hace que esta gracia de Dios aumente en nosotros. Es decir, comenzamos a entender lo que ocurre en nosotros. Realmente el cristianismo es una iniciación. Leer la palabra de Dios, la catequesis, la lectura de libros, la experiencia, hacen que la persona comience a entender quién es. En realidad comienza a entender lentamente que el Espíritu Santo actúa en él, que Dios está en él. Sobre todo, si se recibe la comunión (esto es aceptar a Dios en el propio corazón), entramos en comunión con Dios tal y como podemos, si nuestro corazón está limpio y, sobre todo, cuando en el tercero de los sacramentos de iniciación, en la confirmación, recibimos los siete dones del Espíritu Santo. Entonces recibimos una „equipación” básica, por así decirlo, de parte de Dios, Su presencia en nuestra vida, su actuación se vuelve para nosotros en algo más perceptible. Por supuesto, si colaboramos con esta gracia. „Gnothi se auton”, esto estaba escrito en el Antiguo templo de Delfos, sobre el que escriben todos los grandes filósofos e historiadores de la antigüedad. „Conócete a ti mismo”. Y realmente, a los cristianos también puede darse, o aplicarse, este dicho, este adagio: „conócete a ti mismo”. No sólo para que la persona conozca sus posibilidades, sus debilidades, se conozca, sus reacciones, su personalidad, sino conócete a ti mismo también desde esa parte en que Dios actúa en ti. Y esto es especialmente importante para cada uno de nosotros. Hoy la gente, a menudo sin entender cuáles son los medios para reconocer la actuación de Dios en nosotros, no ven esta actuación. Pero eso no significa que Dios no actúe en la persona. Basta con que alguien dé pasos, estos medios, para reconocer la actuación de Dios en él mismo. Y esta actuación, esta colaboración entre las personas y Dios, a veces se la conoce como camino, camino espiritual. Este camino espiritual es simplemente un desarrollo que vivimos en las etapas de nuestra vida, en la historia de nuestra vida. Un desarrollo espiritual. Toda la liturgia de la Iglesia, si participamos en ella, está proyectada a que, a través de la Palabra de Dios, de los sacramentos, de la enseñanza, la catequesis, la participación en distintos tipos de ritos, devociones, conduzcan a la persona y la capaciten para sacar provecho a la luz de Dios, a la presencia de Dios, para que Dios lo guíe en su vida. Esto es muy importante para descubrir que la persona no forma su propia vida solo. Que la persona no es señor de su destino. Se ve esto en estos momentos en que perdemos el control sobre aquello que queremos llevar a cabo en la vida o cómo corre nuestra vida. Puede ser una enfermedad, o puede ser, no sé, incluso el amor, donde entregamos a la otra persona el derecho a que junto con nosotros decida sobre cómo se desarrollará nuestra vida. Pero precisamente este derecho a conformar bien la vida es entregarse a Dios. Porque Dios es el que mejor sabe para qué hemos sido creados. De ahí, como decíamos al principio de nuestros encuentros, que sea tan importante el papel de la Palabra de Dios. Dios es el autor de nuestra vida espiritual, y no nosotros. Nosotros podemos solamente sacar provecho de estos medios que la Iglesia, que Dios mismo envía, nos entrega para que podamos realmente vivir nuestra vida junto con Él. Es muy importante no afirmar ni pensar, ni actuar como si fuéramos señores de nuestra propia vida. Es bueno confiarse a Dios, es más, pedir a Dios incesantemente que Él sea el dirigente principal espiritual de nuestra vida, para que le confiemos toda nuestra vida. Como ya he dicho, este camino con Dios es un proceso. Nada sucede de inmediato. Nada sucede con chascar los dedos. Nada sucede automáticamente. A menudo la gente piensa que, cuando reza alguna oración, algo sucederá de manera automática. No. Tenemos que madurarlo. Tenemos que desearlo. Dios da verdaderamente la gracia de manera gratuita, para que se lo digamos. La gracia es dada gratis a la persona. Pero es muy importante que saquemos provecho de esta gracia, llevando a cabo acciones concretas, elecciones. La guía por la vida del ser humano es precisamente la Biblia y especialmente el Evangelio. El Evangelio es precisamente el vademécum, es decir, el „ven conmigo”, un instructor, un manual sobre cómo vivir con Dios en la propia vida. Cuando empleamos el Evangelio en nuestra vida, entonces comenzamos a sentir que Dios actúa. Entonces comenzamos a ir con Dios. Entonces nos entregamos cada vez más a Dios, abrimos a Dios cada vez más nuestra vida, para que Él realmente se convierta en tu guía, es más, en el Señor de nuestra vida. Esto es muy importante. También es, por supuesto, muy importante aquí la oración. La oración son precisamente esos momentos intensos en que vivimos sin nadie más que con Dios. Sobre la oración hablaremos más adelante. Pero en ellos vivimos a solas con Dios, en ellos abrimos nuestra vida conscientemente para estar en comunión con Dios, para que este vínculo nuestro con Dios sea lo más importante. Volveré en un momento al Bautismo. Nuestra fe, nuestra religión, el cristianismo, es caminar con Dios. En realidad nosotros no perseguimos a Dios como si Dios estuviera en algún lugar apartado de nosotros, y quisiéramos subir a la montaña en la que se encuentra Dios. No. Nosotros comenzamos con Dios. Porque hemos sido creados por Dios, porque hemos sido bautizados en nombre del Dios Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y porque el Espíritu Santo nos acompaña desde el momento de nuestra existencia, y especialmente desde el momento de nuestro bautismo nos alimentamos de su presencia en la Eucaristía, en la confirmación. El Espíritu Santo nos otorga a todos sus dones, para que podamos ir con Dios durante toda nuestra vida. Y por eso nosotros, en comparación con otras religiones, comenzamos allí donde ellas a menudo quieren llegar, es decir: comenzamos nuestro camino directamente con Dios. Este es el camino, este se lleva a cabo en nosotros. Pero en la medida en que nosotros nos abrimos a su actuación. Y por eso nuestro camino es más bien un abrirse para que Dios actúe en nosotros. Esto es un elemento muy importante de este camino. A menudo la gente no se da cuenta y tiene la impresión de que tienen que ir hacia Dios. Mientras que, en realidad, no es así, aunque por supuesto se puede hablar así, pero en realidad Dios quiere entrar en nuestro corazón. Y este camino, sobre todo, consiste en que abramos nuestro corazón a Dios. Es muy importante dar a Dios la iniciativa y, desde nuestra parte, no quedarnos, por supuesto, inactivos. Sino comprometerse por estos medios que la Iglesia, pues es tarea de la Iglesia, nos da, nos sugiere para que nos capaciten abiertamente, para la acción de Dios en nuestro corazón. Hemos dicho que la vida espiritual es un camino. Un camino con Dios en el cual Él es el guía. Este camino tiene sus etapas. A veces los expertos de espiritualidad hablan de tres etapas. Sobre la etapa primera, la etapa de iniciación, la cual se llama etapa de purificación; después la etapa intermedia o de compromiso, que se llama etapa de conocimiento; y finalmente la etapa de unión con Dios. Por supuesto, a menudo comenzamos desde esta primera etapa. Pero hay que recordar que con estas etapas no es que alguien pase la primera etapa, luego vaya a la siguiente y al final a la tercera, no. Estas etapas a veces se superponen. Y son, por así decirlo, ciclos en los que se puede alcanzar algunos detalles que nos muestran que estamos más en la etapa de, por ejemplo, purificación, que en la etapa de conocimiento, o también en la etapa de unión con Dios. La primera etapa (purificación) comienza desde un encuentro especialmente profundo con Dios, desde un impulso profundo en el que la persona descubre la realidad de la presencia de Dios. Y entonces comenzamos conscientemente a buscar a Dios. Y por eso ya no es por la educación de nuestros padres, ya no porque sea tradición, porque estamos acostumbrados a eso, o porque lo hayamos aprendido. No. La persona debe descubrir a Dios personalmente. Y esta etapa, este momento, es muy importante. Comenzamos a percibir, entonces, que nuestro desarrollo personal no consiste tanto en cumplir o en realizar nuestras posibilidades, como hoy en día tanto se subraya que uno debe realizarse, debe cumplir todas sus posibilidades… Esto no es verdad. La persona se realiza y, diríamos, cumple todas sus posibilidades, desarrolla estas posibilidades cuando, precisamente no se mira a sí mismo. Cuando comienza a mirar a Dios. Esta realización, cumplimiento de las posibilidades de cualquier tipo, se lleva a cabo en un segundo plano. Si no, la persona está locamente centrada en sí misma. De hecho, entramos en un círculo vicioso, en un horrible círculo en el que nos volvemos sobre nosotros mismos como un carrusel. La persona quiere realizarse, y por eso lo organiza todo, incluso su propia familia, incluso sus propios hijos, o su propio marido, a menudo por eso se terminan los matrimonios, pues alguien dice: „no, yo tengo derecho a realizarme, tú te has convertido en un obstáculo para mí, la educación de los hijos se ha convertido en un obstáculo, pues yo quiero ser, yo quiero realizar cada vez más mis potenciales, mis posibilidades. Y esto es entonces algo inusitadamente peligroso, en lo que hoy mucha gente cae. Y por eso, para realizarse, para desarrollar sus posibilidades, para llevar a cabo este camino, hay que conocer a Dios. Él nos guía. Y la primera etapa es descubrir su presencia, cuando la persona simplemente en su corazón vive algo poco común. Sencillamente esta realidad de encuentro con el Dios vivo hace que a nuestro corazón fluya, como dice san Juan, un torrente de agua viva. Nosotros quisiéramos darnos al mundo. Comienza a aparecer algo así como que no lo quiero para mí, no me vuelvo sobre mí mismo, sólo quiero dar algo al mundo. Entonces llega el entusiasmo, la energía, a menudo sucede a través de la llamada conversión renovada, cuando pasamos de la fe heredada a nuestra fe personal. Entonces la persona comienza a rezar, la persona comienza a depurarse de sus propios pecados, a cultivar su propia vida, a confesar sus errores, sus pecados cometidos. La fe personal es la fe en Dios, este vínculo nuestro con Dios. De ahí también que es importante para vivir bien esta etapa. Por supuesto es una etapa que es fácil de recorrer, porque somos llevados, por así decirlo, por este descubrimiento de la presencia de Dios, por este vínculo personal con Dios. A menudo ocurre que la persona, entonces, por así decirlo, no puede rezar todo lo que quisiera. A menudo, si se trata de una transición de, digamos, una fe muy fría a una fe entusiasta, a una fe tan dinámica, acompañan a este encuentro a veces las lágrimas, a veces diríamos las ganas de deshacer todo lo que hemos hecho mal en la vida, de construir nuestra vida, apegarnos a Dios, queremos rezar lo más posible, sentimos cómo de necesario es Dios, que es necesario como la lluvia para la tierra agrietada, para esta sequedad que vivimos. Sólo entonces descubrimos precisamente nuestro corazón. Y este ciclo es un ciclo importante, porque no hay que basarlo sólo en el solo entusiasmo y dinamismo, sino que hay que servirse de ello para que nos comprometamos, tranquilamente, de modo tranquilo, en la vida de la Iglesia, en la vida de la pastoral, en la vida de la comunidad parroquial, en la vida de cualquier movimiento… Entonces es muy necesaria también la formación. Pero precisamente este ciclo se caracteriza porque hacemos tanto que somos nosotros los que actuamos. Por supuesto desde la inspiración de Dios, como confiamos. Pero lentamente este ciclo se detiene, se transforma en un ciclo más calmado, y a veces, aparecen también las dificultades. Este es el ciclo en el que tenemos que llevar a cabo la purificación, el ajuste de cuentas en nuestra vida, tenemos que terminar cierta etapa y comenzar otra. Y lentamente también comenzamos a entender que Dios asume la iniciativa. Y Dios asume la iniciativa a través de lo que nosotros hemos dejado en cierta etapa, tras cierto tiempo de sentir este entusiasmo, comenzamos a sentir las dificultades del camino, el peso de nuestras decisiones, que para nada es tan fácil vivir para Dios, vivir con otros, que no somos nosotros los que formamos nuestra vida, sólo tenemos que dar una oportunidad a otros, en la comunidad con los otros, por eso entonces hay que estar en comunidad, sólo entonces maduraremos verdaderamente, pero lentamente comenzarán a acompañarnos también las dificultades, los problemas, que este entusiasmo ya no es de repente tan grande como en el principio, que comenzamos a sentir que llegan los problemas, los obstáculos que vemos… Los vemos no sólo en el exterior, sino también en uno mismo. Pues resulta que nuestra condición pecadora es un hecho que existe, y estos pecados a veces nos pesan, no todo se puede limpiar de golpe, nos conocemos desde dentro cada vez mejor y en todo caso vemos que aparecen muchos problemas en nuestro camino. Pero estos problemas han de llegar, tienen que surgir, porque sólo entonces, cuando comenzamos a dudar lentamente de nuestras fuerzas, realmente transmitiremos la autoridad sobre nuestra vida a Dios. Y esto no se hace rápido. No es que se siga, no sé, después de un par de meses o algo así, no, esto dura a veces años y años, a veces hasta el final de la vida. Cuanto más permitimos a Dios actuar en aquello que estamos de acuerdo en lo que sucede en nuestra vida y sobre lo que no tenemos influencia. A veces es, por ejemplo, la muerte de alguien cercano, problemas, dificultades que llegan, a veces incluso las dudas que nos acompañan, todas ellas están para que Dios pueda tomar la iniciativa, para que podamos darle esta iniciativa, este derecho en nuestra vida, totalmente. Entonces comienza la etapa de conocimiento. Pues entonces comenzamos a entender que Dios actúa en nuestra vida, y comenzamos a entender la ley más profunda de su sabiduría, y después ya hablaremos menos sobre ello. Hoy se trata de comenzar más tarde esta etapa de unión con Dios. Es verdad que Dios está unido a nosotros desde el principio, desde nuestra existencia todo es para unirse con Dios y Dios teje el hilo de nuestra vida de esta manera. Pero, por supuesto, llegaremos a esta etapa superior cuando verdaderamente queramos darnos a Dios. Entonces necesitaremos maestros espirituales, santos, un director espiritual, también esta lucha interior, sin la cual la vida espiritual no puede darse. La lucha interior es algo que nos permite vivir bien el camino espiritual con Dios. Recordemos, sin embargo, que Él es el guía espiritual de nuestra vida.

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