El Voto de obediencia
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ESPÍRITU: El Voto de obediencia
¡Saludos a todos! Soy Carlos, y soy misionero redentorista. Esto quiere decir que soy una persona consagrada a Dios para vivir el carisma iniciado por san Alfonso y, por tanto, he profesado mis votos de castidad, pobreza y obediencia. Tres consejos evangélicos que son instrumentos que nos ayudan a vivir del modo en que Jesús vivió, es decir: amando sin medida, dando sin medida y confiando sin medida; en primer lugar a Dios y, en segundo, a los demás, al mundo.
El voto de obediencia trata precisamente de esto: amar sin medida, dar sin medida, pero, sobre todo, confiar sin límites. Sin embargo, cuando se piensa en el voto de obediencia, lo primero que se suele venir a la cabeza son ideas como: jerarquía, poder, órdenes, sumisión, falta de libertad, y un largo etcétera. Desde luego, no se trata de eso… ¿quién querría vivir una vida así? El voto de obediencia va más allá de todo eso y tiene una dimensión más profunda que permite que lo vivamos con libertad, humildad y alegría.
En nuestras constituciones, donde se recoge cómo debemos de vivir los redentoristas, en los números 71-75 se nos habla del voto de obediencia. Una mirada rápida por ellos nos permite ver que la expresión que más se repite es “la voluntad de Dios”, y, por tanto, este es el punto clave y central.
El voto de obediencia, en primer lugar, se trata de obedecer a Dios, es decir, de escuchar cuál es su voluntad para con nosotros y de seguir esa voluntad. Se trata, entonces, de poner toda nuestra confianza en Dios, que sabe, mucho mejor que nosotros, qué es aquello que más nos conviene. Si confiamos en Dios y seguimos su voluntad, sabemos que vamos sobre seguro por el camino de la felicidad que Él nos muestra, aunque no sepamos muy bien los porqués, el cómo, el cuándo… pero nos fiamos. El voto de obediencia también nos ayuda a ver que no todo depende de nosotros, que no lo controlamos todo, ni tenemos el futuro en nuestras manos: sino que todo está en manos de Dios que lo dirige todo hacia lo mejor. Y por eso el voto de obediencia nos ayuda a vivir confiando humildemente en Dios. Confiar ciegamente, sin límites, en la voluntad de Dios nos da una libertad interior que procede de la conciencia de sabernos bajo la guía amorosa de sus mandatos. Siguiendo el ejemplo de Cristo que, a veces sin entender, fiándose de Dios, cumplió la voluntad del Padre hasta el final (o María, que también se fio de Dios sin entender).
Ahora bien, la voluntad de Dios a menudo es difícil de descubrir: requiere oración personal con Dios, discernimiento profundo, dirección espiritual… y, ni aun así, podemos estar seguros al ciento por ciento. Por ese motivo, en segundo lugar, nuestras constituciones recogen que, con el voto de obediencia, los redentoristas debemos obedecer a nuestros superiores cuando nos mandan hacer algo que esté recogido en nuestras Constituciones. Todas las comunidades redentoristas, todas las provincias, toda la Congregación, tienen un superior: es decir, aquel que ha sido elegido para cuidar de la comunidad local, de la provincia, o de la Congregación, y al que se le ha confiado su administración. Con el voto de obediencia confiamos en que el Espíritu Santo anda detrás de esa elección o ese nombramiento y que por algún motivo él está al cargo; por tanto, nuestros superiores se convierten en instrumentos de Dios para que se haga su voluntad. Cuando nuestros superiores nos piden algo, la mayoría de las veces lo hacen en diálogo con nosotros; sin embargo, otras muy pocas veces no entendemos el por qué nos piden algo, pero confiamos en ellos con la convicción de que Dios anda detrás y que nosotros no sabemos (y a lo mejor no podemos saber) muchos de los factores que le llevan a pedirle algo que no entendemos. Esto nos enseña, de nuevo, a confiar sin medida y con la humildad de que no lo sabemos todo y, por tanto, nos da la libertad de decir: confío en ti, no tengo de qué preocuparme. Como dice la Constitución 71: Hacemos las cosas con espíritu de fe y por amor a la voluntad del Señor.
Ahora bien, nuestras Constituciones también recogen que los superiores deben moverse desde la preocupación por sus hermanos, pues ellos son los responsables de todos ellos. Deben ejercer su cargo con espíritu de servicio y, al igual que Dios nos ama, ellos deben ser reflejo del amor de Dios, tratándonos como a hijos de Dios, escuchando nuestras necesidades, nuestras preocupaciones, nuestras motivaciones…; sobre todo, deben ser los primeros que escuchen la voluntad de Dios y la obedezcan, con humildad, para poder ser cauce de ella. Cuando un superior actúa así, esto nos da la libertad de saber que nuestra vida está en buenas manos: en las de Dios por medio del superior, de tal modo que podamos decir: confío en ti, porque, al igual que Dios quiere lo mejor para mí, tú, que hablas por Dios, también.
Por último, nuestras Constituciones, en el número 73, nos ofrecen un tercer medio para descubrir la voluntad de Dios: la comunidad. La convivencia entre los hermanos, unidos por el Espíritu, nos ayuda a ver que Cristo está allí donde dos o más se reúnen en su nombre. Es decir, mi cohermano puede ayudarme a ver la voluntad de Dios, y yo puedo ayudarle a él, “mediante el diálogo y el trato fraterno”. Y así somos capaces de ver que, aunque dependemos de un superior, todos somos responsables de cuidar los unos de los otros. Por el voto de obediencia, soy capaz de responder a una petición de un cohermano (sea el superior o no) con amor, libertad y confianza, con la fe de que es el mismo Jesús el que me está hablando.
Y es así como todos los redentoristas, buscando la voluntad de Dios, con ayuda de la oración, los superiores y los cohermanos, vivimos un espíritu de fraternidad que nos impulsa alegremente a cumplir la voluntad de Dios que todos los redentoristas compartimos: la misión hacia los más abandonados, especialmente los pobres. La obediencia a la voluntad de Dios nos ayuda a ir al mundo amando sin medida, dando sin medida, pero, sobre todo, confiando sin límites.
Autor: Carlos A. Diego Gutiérrez, CSsR
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