El Espíritu de Dios y la Sagrada Escritura
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El Espíritu de Dios y la Sagrada Escritura
En nuestras reflexiones intentamos arrojar luz a la misteriosa realidad de la vida espiritual. Recientemente hemos hablado sobre qué es la vida espiritual, es decir, la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Muchos hoy dudan de la existencia de la esfera espiritual en el corazón humano. Confunden la vida espiritual con la esfera estética, con alguna atmósfera nostálgica, con una música delicada suave o la confunden, por ejemplo, con la psicología humana. La gente piensa que la vida espiritual es un tipo de alucinaciones o tradición piadosa, que ha sido impuesta por la educación católica. Piensan que la generación anterior ha enseñado a la gente a “recitar oraciones” y a ir a la iglesia a misa, y que todo esto se reduce simplemente a unos rituales antiguos por inercia, por lo que cuando una persona se hace adulta, en nombre de la independencia y autosuficiencia, se desprende de todo este bagaje hereditario, como si se tratase de un viejo abrigo pasado de moda. Y esto ocurre cuando alguien nunca ha sentido el toque de la gracia de Dios, cuando alguien no ha sentido la presencia viva de Dios. Realmente muchos católicos llevan una vida muy superficial, limitada. Se reduce a un par de celebraciones a lo largo del año o de la semana, a la misa, a la cual sólo se acude para que algún dios indeterminado no lo arroje algún día al infierno, si es que existe. Y muchos, ni por todo el oro del mundo, quieren profundizar en sus lazos con Dios, afirmando que eso no es para ellos, que es demasiado difícil. Por supuesto, ponen escusas como la falta de tiempo, pero en realidad es que no saben por dónde empezar. La principal causa de este estado de las cosas es precisamente que no se siente el impulso interior de la gracia de Dios. Pero esto no sucede porque Dios se haya olvidado de ellos o escatime este impuso, esta inspiración, este movimiento del corazón, sino, sobre todo, porque ellos mismos se han alejado de Dios. Y es que Jesús ansía comunicarse con nosotros, quiere unirse a nosotros, quiere vivir con nosotros permanente, perpetua y verdaderamente. Él mismo dice en el Libro del Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”, así dice san Juan en el Apocalipsis, y éstas son palabras que pone en boca de Jesús, quien realmente ansía vivir perpetuamente con nosotros, Él nos ansía, sólo a nosotros. Somos nosotros los que a menudo no escuchamos cómo Jesús llama a la puerta de nuestro corazón, no sentimos estos movimientos de conciencia, pues está arruinada, ocupada con otras cosas. La última vez hablé sobre las palabras de san Agustín, que dice: “En lo profundo de mi alma estabas, y yo por el mundo vagaba y allí te buscaba. Conmigo estabas, pero yo contigo no”. Y eso es lo que ocurre a menudo en nuestro corazón. Es por eso por lo que la gente no siente, no percibe, Su actuación, la actuación de Dios, su llamada. No siente Su presencia y hoy con esto tenemos un gran problema. No sentimos la presencia de Dios en nuestra vida. ¿Qué hay que hacer? ¿Qué se puede hacer para sentir el obrar de la gracia de Dios para comenzar a sentir la presencia de Dios en la propia vida? He aquí que el primer y más importante modo para posibilitar a Dios alcanzar nuestro corazón arruinado es la escucha de la Palabra de Dios. Por eso hay que leer con fe la Sagrada Escritura, mejor en la comunidad de la Iglesia, junto con otros creyentes que buscan a Dios. Para escuchar a Dios hay que leer la Sagrada Escritura. Sin una lectura continua del Evangelio, no escuchamos Su voz, la voz de Dios. La Biblia se diferencia totalmente de otros libros, sabios, muy sabios, de guías espirituales, pues está inspirada por el Espíritu Santo. Si la leemos con fe, con fe este Espíritu Santo comienza a hablarnos. Cambia a través de ella nuestro corazón. La condición, sin embargo, es no leer la Biblia por mero interés o estudio, sino leerla con fe. Pero ¿qué significa leer con fe? ¿qué significa escuchar con fe la palabra de Dios? ¿Cómo? Muy bien lo explica el mismo san Pablo Apóstol cuando escribe a los Tesalonicenses, quienes tenían fe: “no cesemos de dar gracias a Dios porque, al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece actuante en vosotros, los creyentes”. La palabra de Dios actúa. Resulta que ella puede mostrar el poder de Dios. Consigue hacer que de una persona completamente indiferente, completamente fuera de Dios (podría decirse), que se ha olvidado de Dios, surja un cristiano apasionado. Es más, por el mismo ejemplo de san Pablo podemos decir que, de un perseguidor de Cristo, la palabra de Dios hizo surgir precisamente a su mayor apóstol. La palabra de Dios hace que Dios pueda actuar en el corazón humano, muestra su poder. Si la leo, no como una palabra que instruye la sabiduría humana, sino que la leo teniendo profunda conciencia de que es el Dios vivo, me cambiará hoy y ahora. Esto significa leer la palabra de Dios con fe. Cuando con esta actitud interior, con silencio escucho la palabra de Dios en la iglesia o la leo en casa, es Dios el que comienza a hablarme, en algún lugar profundamente en mi alma, en algún lugar en la raíz de mi ser. Comenzamos a entender que Dios está en nosotros. Lentamente, de modo cada vez más intenso, comienzo a sentir su voz. Por supuesto no una voz física, sino una voz interior en mi conciencia. Comienzo a entender cada vez mejor a Dios. Es más, siento su inspiración, siento que él me guía. Jesús nos lo recuerda, diciendo estas palabras, que todos sabemos de memoria: “Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la guardan”. Así habla san Lucas en su Evangelio. Recientemente decía que Dios es el primero que vivifica nuestra vida espiritual. Pero hay que abrirse a su obrar, exponerse a Su obrar. El primer modo y más importante es precisamente escuchar constantemente la palabra de Dios. Esto hacen los cristianos. Lo hacen permanentemente. Por eso la Biblia es considerada por todos los santos como la primera y más importante guía espiritual, y es precisamente de la vida espiritual de lo que hablamos. A favor del absoluto fundamento del desarrollo de la vida espiritual, san Jerónimo, quien tradujo la Sagrada Escritura del hebreo al latín en los comienzos del cristianismo en Europa, dijo que desconocer la Sagrada Escritura es, en realidad, desconocer a Cristo. ¿Por qué? Porque el Espíritu Santo, que actúa a través de la palabra de Dios, nos revela a Cristo. La vida divina la construye sólo Dios. Ninguno de nosotros puede construir para sí la vida espiritual, sino sólo cuando Le escuchamos constantemente en la Sagrada Escritura y Lo acogemos, acogemos su voz, la voz del Espíritu Santo con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente con toda nuestra fuerza. Por eso precisamente en la iglesia escuchamos continuamente la palabra de Dios, sin cesar, meditamos sobre ella; la mayoría de nuestras oraciones son palabra de Dios, por ejemplo los salmos que recitamos. Incluso si son oraciones creadas por alguien, están de seguro construidas desde la Sagrada Escritura. Cuando vamos a misa, tras limpiar nuestra alma, para que escuchemos esta palabra de Dios, esta voz del Espíritu Santo, ¿Qué hacemos? Nos sentamos, hacemos silencio, cerramos nuestra boca y lo que hacemos, en la primera parte de la misa, es escuchar la palabra de Dios, sentados en los bancos. Sólo más tarde recibimos la Eucaristía. Pues la palabra de Dios abre nuestro corazón y nos da la fe, construye en nosotros la confianza, construye en nosotros esta fe. Sólo entonces podemos recibir la Eucaristía. La Comunión no podemos recibirla sin fe. El sacerdote en la homilía nos acerca y nos explica esta palabra de Dios para que podamos entenderla mejor y, sobre todo, acogerla en el propio corazón. Cuando escuchamos la palabra de Dios, Dios comienza a hablarnos; es más, comienza a obrar en nosotros. Mueve nuestro corazón, construye en nosotros la fe. Por eso, el fundamento de la vida espiritual no son las revelaciones de alguien, aunque sean verdad; tampoco son los libros de devoción, que por supuesto son importantes en la vida; tampoco son los encuentros con místicos o con estigmatizados. El fundamento más importante de la vida espiritual es la escucha y acogida de la Palabra de Dios con fe. Porque a través de ella actúa Dios y sólo Él puede comenzar y enraizar en nosotros la vida espiritual, y ningún otro puede hacerlo, ninguna persona. No podemos tampoco hacerlo solos. Por desgracia, nosotros, los católicos, continuamente intentamos construir nuestra vida espiritual en el deseo humano de piedad, en elevadas oraciones, suspiros, en las conmovedoras revelaciones de los santos, y no en la palabra de Dios. Cuando en la antigüedad, en Antioquía, los discípulos de Cristo por primera vez fueron denominados cristianos, es decir „de Cristo”, significaba que eran de Cristo. Los cristianos son de Cristo, son „seguidores de Cristo”. Aquellos que constantemente no sólo hablan de Cristo, sino leen Su palabra, a través de la cual Él les habla. Una vida espiritual no construida sobre la palabra de Dios es muy débil. Es más, muy rápido se convierte en una vida entumecida, no verdadera, pues no hay allí un diálogo vivo con Dios, Su presencia viva. Sólo el mismo Dios, Espíritu Santo, y no otro, es autor de la vida espiritual. Todos los demás esfuerzos fracasarán en algún momento u otro, pues son solamente aspiraciones y esfuerzos humanos, que no conducen al cielo. Entonces somos como aquellos que se describe en el Libro del Génesis, como los constructores de la torre de Babel. Querían construir una torre hasta Dios, hasta el cielo, y no lo hicieron, pues el mismo Dios derribó esta torre. Somos como ellos si no queremos escuchar la palabra de Dios. Es nuestro destino escuchar la palabra de Dios, introducirla obedientemente en nuestra vida, y entonces sentiremos que es precisamente Dios el que está en nosotros. Hay que hacerlo constantemente, continuamente, durante toda la vida. Entonces sentiremos que Dios está junto a nosotros y nos guía. La vida espiritual es la vida del Espíritu de Dios en nosotros. Por eso se llama espiritual. La lectura de la palabra de Dios es precisamente la mayor oración.
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