Fuente y Culmen. La Eucarista es un milagro.

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Me gustaría ser como Jesús. Y, si quiero ser como Jesús, entonces ¿cómo conseguirlo? Hay que obtenerlo de la fuente. Si tú también quieres ser como Jesucristo, entonces saca de la fuente de la vida cristiana. De esto habla el Catecismo de la Iglesia Católica, es decir, mi catecismo y el tuyo. Quiero ser como Jesucristo, por eso voy a la Eucaristía cada día, si el tiempo me lo permite. Voy a la Eucaristía, al lugar en el que se realiza el mayor milagro. Allí Jesucristo da por mí su propia vida. Esto verdaderamente ocurre, pero ¿qué significa para mí? Repito: ¿Qué significa para mí? Este es el lugar y el tiempo en el que puedo sumergir todo en su valiosa sangre. Jesús, entonces, da la vida por mí. Primero, la dio en el Calvario. También sobre el altar, durante cada Eucaristía, sucede lo mismo. Para mí, esto es un tiempo de bendición. Hizo esto por nosotros: por mí y por ti. Le pido cada día no desperdiciarlo, cuando el sacerdote (como Alter Christus), mediante sus manos ungidas, invoca a Dios sobre el altar. Los santos dicen, que nosotros no lo entenderíamos, que no seríamos capaces de soportar esta visión. Le confío todo, sobre todo aquello de lo que no soy capaz. Le confío a la sangre de Jesucristo mi familia, cada una de mis relaciones, los detalles más minúsculos. Descubro en la Eucaristía cada vez más nuevos momentos que forman un todo extraordinario.

La oración del prefacio. Me gustaría decir una palabra sobre ella. Cuando escucho: “Levantemos el corazón”, escucho una invitación para mí. Es una invitación dirigida a mí para que levante el corazón, y me prepare para el combate. Qué actual es esto ahora en mi vida… Puede que también en la tuya. Una invitación al combate, a estar decidido, para levantar la cabeza, para no retroceder, no mirar atrás. Un momento inusual. ¿Qué sigue en la Eucaristía? ¿Qué es? ¿Cómo la entiendo? Para mí es la aclamación del centurión. Le sigo en su gran fe y quiero, pido al buen Dios, que me conceda esa fe, como la que tenía el centurión. Durante cada Eucaristía puedo escuchar: ¡Sí!, incluso puedo repetir con él: Señor, no soy digno de que entres en mi casa. No soy digno, pues no he hecho ningún mérito para que pueda estar aquí, cuando tú das por mí la vida. No soy digno, Señor, de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Y de eso va el combate. De esto trata todo el combate, ésta es mi batalla en este mundo. Lucho por mi alma, la cual libra una gran guerra, pues soy heredero del Reino de Dios. Esto es la Eucaristía, cada día en la Eucaristía puedo descubrir mi verdadera heredad. No soy digno, Señor, repito tras el centurión. Tú también puedes repetirlo siempre, cuando Dios te invite a la Eucaristía. Aprovecha, aprovecha esta oportunidad. No soy digno, Señor, de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Durante la Eucaristía añado algo más: para sanar a mi familia. Llamo y pido precisamente por lo que para mí es importante en ciertos momentos: para sanar a mi familia, mis relaciones, mis hijos, mi paternidad… para sanar cada segundo de mi vida, para que no la desperdicie, pues es un don tuyo, Señor. Dios dice: el que quiera servirme, que venga conmigo, y donde yo estoy, allí estará también mi siervo. Quiero servir hoy a Dios de todo corazón, con toda el alma, con mis entrañas. Y si quiero servirlo y prepararme para este servicio, en algún lugar tengo que hacerlo. ¿Dónde y cómo puedo prepararme para ello? Durante la Eucaristía. Precisamente allí, donde se realiza el mayor milagro, donde cada vez se preparan multitud de gracias para mí. Mi oración ante la Eucaristía: permíteme, Dios, experimentar tus gracias, para que no desperdicie el momento, que tú has preparado especialmente para mí. La Eucaristía es para mí un gran milagro, es el mayor de los milagros de mi vida. Saco provecho de ella y veo cómo se derrama en mi corazón la paz: cómo llega con los carismas de la sonrisa y la alegría. ¿Qué es la Eucaristía? Simplemente es un milagro. Una multitud de ángeles se arrodilla cuando entro a la iglesia. Mi ángel de la guarda está junto a mí y se prepara para arrodillarse junto a mí. Cuando ofrezco mi persona y todo, también mi vida, a la Sangre de Cristo, cuando Jesucristo viene a mí en su Cuerpo y Sangre, mi ángel de la guarda se arrodilla conmigo, ante el santísimo trono del Altísimo Dios. Podría seguir hablando sin límite, si tuviera tiempo. La Eucaristía es toda mi vida actual. Si incluso en algún momento no la entendiera, y si tú tampoco la entendieras, simplemente acércate a la Eucaristía y pídele al Altísimo Dios que descubra ante ti nuevamente este gran milagro. Milagro que ocurre cada día. ¡Alabado sea Jesucristo donde quiera que estés!

 

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