¿Necesitan conversión las monjas de clausura?

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Comunidad en conversion
Discípulo – ¿Necesitan conversión las monjas de clausura?
Hermanas redentoristas de Kežmarok en Eslovaquia

 

Hna. Mária Volková

Dios Padre nos ha llamado a ser “viva memoria”, es decir, recuerdo vivo de su hijo amado. Ser recuerdo vivo, dicho de modo sencillo, significa permitir a Jesús no sólo vivir con nosotras, sino también vivir en nosotras. Entregarnos a Él así para que pueda amar a través de nosotras y en nosotras, perdonar, rezar, trabajar, servir, encontrase con la gente: con todos aquellos que se acercan y llaman a la puerta de nuestro monasterio, para que Él pueda estar con ellos… Así, nuestra vida sencilla, cotidiana, habitual, unida a la vida de Jesús, gana un valor y un precio a ojos del Padre celestial y puede dar frutos.

¿Sabéis?, algunas personas dicen y piensan que la comunidad de clausura es ya “paraíso en la tierra” y la “antesala del cielo”. Pienso que es verdad, no porque aquí ya seamos santas y perfectas (pues no lo somos), sino el hecho de que vivimos aquí, con el Dios vivo en medio de nosotras. Vivimos bajo un techo con Cristo Eucaristía, y es Él el que nos llama, tal cual somos, con nuestros dones, con nuestros errores y pecados. ¿Acaso no dijo Jesús que el Reino de Dios está en medio de nosotros? Él no dijo “algún día estaré entre vosotros” o “haced el bien y entonces estaré en medio de vosotros”. Jesús dice que el Reino de Dios está en medio de nosotros y por eso me doy cuenta de que, a pesar de que todavía no somos completamente eternos, el Reino de Dios está en medio de nosotros, realizado en el amor mutuo y en el perdón sencillo, cotidiano y recíproco. Perdono y, al mismo tiempo, estoy agradecida por el perdón que recibo cada día (del Señor y de mis hermanas), el “setenta veces siete” del Evangelio. Es verdaderamente el amor de Dios el que me levanta todos los días, cada día me perdona, me da un nuevo comienzo, me limpia, no me condena y me dice cuando me envía (sobre todo a mis hermanas, con las cuales convivo a diario): “Ve y haz tú lo mismo”.

 

Hna. Mária Vrabčeková

¿Qué significa ser “viva memoria”, recuerdo vivo de Cristo?

Cada una de nosotras recibió en el bautismo la obligación de seguir a Jesús así, para que nuestras actitudes, pensamientos y sentimientos, palabras (toda nuestra vida) se convirtiera en Su vida. Esto es como si prestáramos a Jesús nuestros ojos, oídos, manos y todo lo que somos, para permitirle acercarse, a través de nosotras, a otras personas. Para nosotras, redentoristas, es una labor tanto personal como para toda la comunidad. En definitiva, es amor, y éste no tiene límites en el modo de manifestarse. En nuestro modo de vida, lo expresamos con la oración personal y comunitaria, en el cumplimiento diario de todas nuestras obligaciones y tareas más pequeñas, en una vida escondida, que es extraordinariamente valiosa a ojos de Dios, así como en nuestra hospitalidad, la cual es expresión de apertura a la gente que nos visita, llama, escribe y desea encontrarse con Jesucristo vivo.

 Hna. Zuzana Liščáková

¡Esta idea de monasterio de “cerrado” es totalmente errónea! Nuestras constituciones dicen: “La clausura que nos separa del mundo es una puerta abierta para todos los que buscan a Dios”. Aunque estamos físicamente separadas del mundo, nos quedamos, sin embargo, presentes en él en nuestro testimonio y apertura a otros. Estamos aquí para los otros, para que podamos acogerlos cordialmente, escucharlos con gusto, ayudarlos como hermanas y fortalecerlos en la fe, esperanza y amor, incluyéndolos eventualmente en nuestras oraciones. Con esto mismo queremos mostrarles a Jesús, que es el único que da sentido a todo lo que experimentan.

Esta es una de las formas de nuestro apostolado, el cual consiste, entre otras cosas, en la hospitalidad, que es cuando podemos y tenemos la ocasión de testimoniar el amor de Dios e irradiar la presencia de Dios en medio de este mundo.

 

Hna. Ľudmila Senderáková

¿Necesitan conversión las monjas de clausura?

¡Por supuesto que sí! ¡Todos la necesitamos!

Solía pensar que la conversión es aquello que hago cuando reconozco y confieso mis pecados, cuando quiero hacer algo conmigo y cambiar mi vida.

¡Ahora pienso que la conversión es, ante todo, lo que de primeras hace Dios! Él se ha vuelto primero hacia mí y me da su amor, su misericordia, me da su vida y luz.

De hecho, vivo de su “conversión”, de su volverse hacia mí. En esta mirada suya, en la aceptación incondicional, en el poder de su amor… con esto me capacita para ver verdaderamente bien lo que perturba mi relación con Él, con otros y conmigo misma.

Conversión es, ante todo, un don de la gracia de Dios y, después, por supuesto, es mi respuesta y colaboración con aquello que Dios me da.

 

Hna. Anna Selveková

Primero, quiero saludaros a todos cordialmente y agradeceros la posibilidad de transmitiros algunas palabras sobre mi camino de conversión. Recuerdo mi primera confesión en el monasterio. Cuando entré a la vida religiosa y me dijeron que había que acudir al sacramento de la reconciliación, estaba asustada, porque no sabía de qué había que confesarse. Mi madre no estaba allí, por lo que no había discutido con ella; tampoco mis hermanos, por lo que no me había peleado con nadie. Fui obediente, porque no sabía qué se hacía en el convento, dónde estaba, por lo que tuve que escuchar, preguntarme y, por eso, fue para mí algo natural. Durante el primer mes de vida religiosa, fui como un ángel en comparación a cuando estaba en la casa familiar. Cuando me acerqué a mi primera confesión y dije que no sabía de qué tenía que confesarme, el confesor y yo hablamos y él simplemente me dijo que después de un mes ya lo sabría. Y tenía razón.

Recuerdo mis primeras reflexiones sobre si realmente necesitaba confesión y tengo que reconocer que lo veía bastante egoísta. Pensaba que todo estaba completamente en orden, hasta que escuché las palabras de san Juan Apóstol de que, quien dice que no tiene pecado, es un mentiroso. Esto ofendió a mi soberbia: alguien me dice que si pienso que no tengo pecado, si no puedo reconocer que hago el mal, entonces soy simplemente una mentirosa.

Este fue el principio de cuando comencé a pensar sobre la conversión. Por aquel entonces, comencé a rezar por mi conversión personal. Así empezó mi deseo de conocer qué es la conversión, cómo es esa actitud, qué hay que hacer, y a dónde me conduce.

Mi conversión al principio estaba llena de rebelión, de ira, de egoísmo mirando al Señor. Era una mirada muy injusta, pero lentamente, cuanto más tiempo rezaba (especialmente el rosario), entonces más comprendía que la conversión es una gracia enorme, es un gran don del Espíritu Santo. Entendía cada vez más que, en este camino, Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo, se ha vuelto hacia mí, junto con la Virgen María, porque ellos son el bien más grande y los que más se compadecen de mí, de este dolor que me produce el pecado.

Cuando lo entendí, me levanté en las alas de la gratitud y la confianza, y deveras deseé mi conversión sincera. El Señor me regaló en este camino mucha sanación interior y, así, sentí el consuelo que viene de la libertad y la conversión cuando entrego y abandono el pecado, cuando lo reconozco o lo lamento… entonces llega precisamente esa libertad e inmensa alegría interna, así como la paz en relación con la comunidad en la que vivo. En el camino de la conversión me ayudaron los llamados de la Madre de Dios, ya sea los mensajes de Fátima, o de Medjugorje. Especialmente pedía, y siempre pido, a la Madre de Dios que esté conmigo en el camino de la conversión, porque esta senda es el verdadero camino de la filiación.

Así como un niño crece y madura, volviéndose adulto, así también nosotros crecemos y maduramos para vivir en la gracia, y esto es muy valioso y hermoso. Esto es presencia de Dios Padre, de Jesús, quien toma sobre sí mis pecados, y del Espíritu Santo, pero también de la Madre de Dios, que continuamente me apremia a que entregue mi pecado a Jesús. Y esto es para mí verdaderamente la antesala del cielo. La gracia de la conversión es para mí antesala del paraíso, pues puedo andar allí con plena confianza, pues sé que, cuando muera, existe el cielo, y no todos creen en eso. Por eso nosotras estamos aquí, para rezar por esta intención de pedir la gracia de la fe para todas las personas.

No quiero convenceros especialmente de que nuestra vida es necesaria. Sin embargo, lo que sí que era necesaria era la vida oculta de Jesús, cuando durante treinta años vivió con su madre María y con san José en Nazaret (y nadie sabía que en medio de ellos crecía el Hijo de Dios); así también creo que es necesaria nuestra vida, que nuestra vocación hacia Él es verdaderamente hacia Dios. Incluso si sólo Él la disfrutara, vale la pena vivir así.

Os doy las gracias de corazón. Junto a las hermanas rezamos y estamos constantemente cerca de vosotros.

 

Autoras: hermanas redentoristas de Kežmarku:
Mária Volková, Mária Vrabčeková, Zuzana Liščáková,
Ľudmila Senderáková, Anna Selveková
Traductor: Carlos A. Diego Gutiérrez CSsR

 


La vida detrás del clausura OSsR

 

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