La obra de la evangelización. El testimonio: beato Pedro Donders

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La obra de la evangelización.
El testimonio: beato Pedro Donders

Pedro Donders nació en esta casa el 27 de octubre de 1809. Su padre era tejedor y era muy pobre. Perdió tres mujeres, incluida la madre de Pedro, y varios hijos, por muerte prematura. Pedro tenía un hermano, incapacitado debido a la escoliosis. No ha sido hasta hace unos pocos años que hemos sabido que Pedro Donders también sufría esta enfermedad. Nunca pareció que se quejara de ello. Su padre cuidó de él de un modo especial. El profesor del colegio de Pedro Donders contaba cómo, cuando llovía, el padre llevaba a Pedro a la escuela en un saco a su espalda, para protegerlo de la lluvia.

Para Pedro, al igual que para muchos en esa época, la educación terminaba a los doce años. Hasta los 21, Pedro Donders trabajaba aquí, en el telar, pero la calidad de la tela que él tejía no era muy alta. Rezaba mientras trabajaba con sus manos. Soñaba con un futuro diferente: quería ser sacerdote.

Finalmente, vio que su párroco estaba dispuesto a organizar su admisión al seminario menor; sin embargo, esto no quiere decir que en este momento se reconociera ya su vocación. Al contrario: se necesitaba un sirviente (y eso es lo que se le permitió ser a Pedro). Tenía que estudiar en su tiempo libre. Ya no tenía 12 años, sino 21, y había sido rechazado en el servicio militar debido a su debilidad física. No obstante, realizaba el trabajo físico, sufría con paciencia el acoso de estudiantes más jóvenes que él y mostró tal empeño que, finalmente, se le permitió unirse a las clases.

Pero, incluso seis años más tarde, su vocación todavía no había sido reconocida por las instituciones establecidas y, siempre por diferentes razones, no fue admitido en ninguno de los tres institutos religiosos misioneros a los que solicitó el ingreso, incluidos los redentoristas.

Aunque no iba progresando de igual modo en cada una de las clases, completó a tiempo sus estudios para ser sacerdote diocesano. Incluso se le ordenó más pronto porque él era el único entre los seminaristas que estaba dispuesto a ir a la misión del Surinam, que había sido devastada por enfermedades tropicales. En 1842, con 33 años de edad, Pedro Donders dejó su país natal para nunca más volver.

Una de las frases más famosas de Pedro Donders es una expresión de su aborrecimiento de la esclavitud, que se encuentra en una carta de diciembre de 1846: “Oh, si la gente se preocupara tanto por el bienestar y el estado de los esclavos tanto como lo hacen en Europa por los animales, entonces las cosas irían mucho mejor […]. ¡Ay de Surinam en el día del juicio final! ¡Ay, ay! ¡Sí, mil veces ay de los europeos, los propietarios de plantaciones esclavistas, los administradores, los directores y los oficiales blancos! Infelices que se enriquecen con la sangre y las lágrimas de pobres esclavos; no encontrarán defensores ante Dios”

En 1856, Pedro Donders fue destinado a una colonia de leprosos, “el infierno de Batavia”, un lugar de indescriptible miseria, que alguien que no la haya visto ni siquiera puede imaginarla. Batavia estaba herméticamente aislada por el río y la jungla. Se dice que Pedro Donders se ofreció como voluntario para este lugar (su predecesor había sido envenenado por un leproso).

Después de que la misión en Surinam fuera confiada, en 1865, a los redentoristas, Pedro Donders, junto al único sacerdote que quedaba en 1866, se unió a la congregación, la misma que le había rechazado treinta años antes por ser “demasiado débil para la vida religiosa”. La formación de Pedro Donders como redentorista fue reducida, entre otras razones por su ya bien probada virtud.

Expresó su gratitud en una carta a su superior diciendo: “Qué felices nos sentimos, querido padre, de que el buen Señor nos haya llamado a su servicio en la Congregación. A sus oraciones encomiendo mi persona, así como todos los que están a mi cuidado, los indios y los cimarrones”. Pedro Donders volvió a Batavia acompañado de un cohermano.

Desde entonces, viajaba también en barco entre la maleza para convertir a los indígenas. Había aprendido a tocar el armonio. Se llevó el instrumento consigo y la música atraía a los nativos, a quienes instruía con la ayuda de dibujos de la Biblia. Les enseño a decir el Padrenuestro en su propia lengua. Con los cimarrones tuvo menos éxito. Habían tenido muchas malas experiencias de mano de los blancos, y por ello tenían una visión negativa de la fe de los europeos. Sumado a esto, Pedro Donders destruyó sus objetos sagrados “paganos”. En esto, era un hijo de su tiempo.

A su vez, continuó cuidando a los leprosos de Batavia, donde siguió practicando las siete clásicas obras de misericordia.

Los leprosos vivían como prisioneros. No tenían la opción de residir donde ellos querían. Era peor que ser abandonados, como “muertos vivientes” eran expulsados de la sociedad. Volver al mundo habitado no era una opción para ellos. Pedro Donders no sólo los visitaba, sino que compartió su vida durante 27 años. Los ayudaba a comer y a beber, porque era difícil para la gente, cuyos dedos habían sido devorados por la lepra. Se comprometió a proveer mejor alimentación para aquellos que ya no podían producir su propia comida. Cuidaba a los enfermos y les ayudaba a vestirse.

Pedro Donders, quien a su llegada al Surinam había sido recibido con entusiasmo, negoció un mejor hospedaje para los leprosos de Batavia. Al principio no tenían suelos de madera en sus cabañas y, por tanto, a menudo se sentaban literalmente sobre el barro. Acompañaba a muchos de los que morían al cementerio donde él también sería finalmente enterrado.

A través de su dedicación, Pedro Donders llevó a los que sufrían a Dios y a la paz. “Este buen hombre es un signo del buen Dios”, decían.

Hacia el final de su vida, el obispo relevó a Pedro Donders de su ministerio en Batavia, debido a las quejas de algunos pocos leprosos que querían librarse de él, porque había criticado su comportamiento antisocial. Decían que sus sermones se habían vuelto incomprensibles porque ya no le quedaban dientes en la boca. Él contaba en un sermón: “Todos nosotros estamos bajo la autoridad del obispo, y tenemos que obedecer. Pero, aunque el obispo me haya apartado de aquí, os prometo, en el nombre de Dios, que moriré en medio de vosotros. En el día de la resurrección estaré entre los leprosos, esperando el juicio de Dios”. Y, de hecho, en 1885, Pedro Donders volvió a Batavia, donde murió el 14 de enero de 1887, en una cabaña incluso más pobre que la que había dejado atrás en Tilburg hacía 45 años.

En su testamento escribió: “no tengo recursos, no doy ninguna orden, no tengo nada que decir. Podéis enterrarme donde queráis. Pido perdón a los fieles si en algo les he ofendido”.

Pedro Donders murió hace 133 años. Todavía se le honra, en Surinam por ser el primer blanco que no quitaba, sino que daba; y aquí, en Tilburg, en la capilla del Parque Peerke Donders.

¿Por qué Pedro Donders puede ser un modelo inspirador hoy para nosotros?

Porque él enfatiza la bondad de Dios, se refería a Él como el “buen Dios”, que proveerá cuando se necesite. Nos inspira a recibir y a dar todo como un regalo, gratuitamente.

Él vio aquello de lo que otros carecían, aquello que necesitaban para redimirse, y se lo proveyó siempre que estaba en su mano, de modo práctico, creativo, no convencional ni académico… Reconoció a sus semejantes como seres humanos, les contaba que tenían derecho a existir, que podían aceptarse a sí mismos, que Dios les llamaba a la vida. Estaba ahí para los más pobres, para los más abandonados, para los marginados, los rechazados. Nunca pidió una vida privilegiada, sino que realmente compartió la vida de los pobres. No le importaba mancharse las manos.

La vida de Pedro Donders estuvo caracterizada por un trabajo manual humilde, con el cual se pagaba los estudios y cuidaba de los leprosos, y por su perseverancia, su conciencia de ser llamado por Dios, pese a su supuesta debilidad física y su rechazo por las instituciones eclesiales.

En todo esto, se nos presenta como un ejemplo desafiante para nosotros.

Sirviendo a los otros, Pedro Donders no discriminaba por estatus, clase, raza, origen o religión. Para nuestra sociedad multicultural, es un modelo de tolerancia, de vida pacífica en común.

Pedro Donders permitió a la gente experimentar la abundancia de la redención de Dios.

San Clemente escribió una vez:

“¡Sed valientes! ¡Dios es el Señor! Él conduce todo para su gloria y para nuestro bien, y nada puede oponérsele. Todos los planes humanos, incluso los diseñados al más mínimo detalle, sólo sirven para el cumplimiento de su voluntad … Yo me he abandonado enteramente a su voluntad. Me he dado cuenta de que todo lo que parece hecho para herirnos nos conduce allí a donde el Señor quiere … Dejémonos guiar por Dios y todo irá bien”.

Esto podría haber sido escrito por el beato Pedro Donders, quien tan bien encaja en el grupo de los santos redentoristas.

Autora: Claudia Peters, vicepostuladora en el proceso
de canonización del beato Pedro Donders. 

Traductor: Carlos A. Diego Gutiérrez, CSsR


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«Imagefilm 034» by Sascha Ende (https://www.sascha-ende.de)
La licencia – CC BY (http://creativecommons.org/licenses/by/4.0/)

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