CUSTODIA VIVA

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CUSTODIA VIVA

Me llamo Paweł y ésta es mi mujer Joasia. Vivimos en Wrocław, en la parroquia de los redentoristas crecimos durante años y como matrimonio joven.

– La experiencia de nuestra vida, a menudo demasiado difícil, hace que creamos, e incluso estemos convencidos y tengamos la seguridad, que si la vida no está edificada en Dios, tarde o temprano se derrumbará.

– En este momento ya sabemos que la única cosa que podemos dar a Dios es nuestra fidelidad; fidelidad entendida como decisión de vivir junto a Él y perseverar en aquello que decidimos.

– Independientemente de nuestras emociones, de nuestras predisposiciones.

– Se nos ha pedido que digamos quién, o qué, es para nosotros la Eucaristía. En algún momento la Eucaristía era sólo el único elemento de nuestra vivencia dominical. El domingo era importante, porque allí Dios se manifestaba en la Misa, en la oración familiar y, a menudo, incluso en la meditación de la palabra. Sin embargo, su presencia en el resto de días de la semana se limitaba sólo a la oración diaria.

– Es decir, era un tiempo dividido en lo que es santo, en sacro y profano, esa separación o dualidad en la que vivimos.

– En este momento tenemos la certeza de que sabemos cómo queremos vivir. Así, para que Dios esté presente en nuestra vida todo el tiempo, para que podamos vivir junto a Él, para estar cerca de Él en todas las cosas, las del día a día, las que tenemos afrontar a diario.

– Tenemos la suerte y la posibilidad de organizar nuestro día de tal manera que en él haya oración comunitaria con la Palabra de Dios, lectio divina, con oración contemplativa, y para poder ir a la Eucaristía. Intentamos también vivir el resto del día de modo que en todas nuestras obligaciones, trabajos, encuentros, nuestras comidas, encuentros con amigos… vivamos teniendo conciencia de la presencia de Dios. No es que nosotros nos alejemos de ella (de hecho lo hacemos a menudo), sino precisamente nuestra fidelidad, nuestra decisión es querer volver a ella tan a menudo como se pueda, tan pronto como nos orientamos, cuando estamos en cualquier otro sitio.

– Volviendo a la pregunta: “¿Qué es para nosotros la Eucaristía?”, vemos principalmente tres dimensiones de su significado en nuestra vida. La primera es una prueba de la respuesta del amor, nuestro amor, al amor, a este amor anticipado de Dios.

– La segunda es fuente de gracia. Creyendo que nosotros, a pesar de esta fidelidad, que mencionábamos antes, no somo capaces de dar nada a Dios. Creemos que podemos aceptar de Él esta gracia, que Él quiere ofrecernos, que está preparada, y que sólo proviene de Él.

– Esta gracia es independiente de nuestros sentimientos, emociones, de nuestras disposiciones, enfermedades, del estado en que está nuestro organismo. Esta gracia, durante la Misa, simplemente se derrama en nosotros.

– El siguiente elemento es el hecho de que la Eucaristía es para nosotros la escuela del Maestro, la escuela de nuestro Señor, que muestra cómo de grande y verdadero puede ser el amor; cuál es precisamente el camino de la humildad, cómo Él se humilla, ofreciéndose a nosotros precisamente en la forma eucarística, bajo la forma de la hostia, tan frágil, que “uno de nuestros pensamientos puede hacerle sombra”, como dicen las palabras del canto.

– La liturgia eucarística es para nosotros también, ante todo, vida de oración, oración viva. Lo que hacemos en casa, lo que hacemos durante cualquier encuentro u oficio litúrgico, es lo mismo que vivimos durante la misa. Dios está en mí y yo intento vivir la misa en una dimensión contemplativa, buscando continuamente la presencia de Dios. Este mismo Dios está presente en mi corazón, este mismo Dios está presente en la hostia, este mismo Dios está presente en todo aquello que hace el sacerdote en el altar.

– Tal es así que determinados fragmentos, palabras, frases de la Eucaristía, oraciones que ahí se pronuncian, nos hablan de modo diferente en las distintas etapas de nuestra vida. Cada día las escuchamos de modo diverso. A veces es tal que son para nosotros fuente de fuerza; a veces gracias a ellas se abre una nueva dimensión de encuentro, nos traen alivio. Sucede que con una sola frase, que, por ejemplo, se dice al principio de la Misa, en los ritos iniciales, cuando se dice: “El amor de Dios Padre, la gracia de nuestro Señor Jesucristo y el don de la unidad en el Espíritu Santo estén con todos vosotros”, cuando nos preocupamos de la unidad de nuestra Iglesia, de todo aquello que sucede en ella, son palabras que nos traen alivio y paz.

– Durante una de las misas descubrí de nuevo las palabras: “Por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria”, como descubrimiento total de nuevas dimensiones de vivir la Iglesia, la Iglesia aquí y ahora, la Iglesia de cualquier momento. La Iglesia, que viviremos en unidad, y después en fidelidad.

– Queremos vivir de tal modo que, tras la Santa Comunión, lo que creemos, y en lo que también queremos creer, es que somos una custodia que lleva a Jesús al mundo; estamos invitados a ser divinizados por su gracia y por este Cristo en el mundo. Independientemente, no sólo en este momento en que Su presencia dura físicamente en nosotros, sino en todo tiempo, porque somos habitados por Dios, creados a Su imagen y semejanza, y también la Trinidad habita en nosotros, y al menos desde el momento del bautismo, nosotros permanecemos en Él y el permanece en nosotros.

– La Misa acaba con la bendición del sacerdote; sin embargo, nosotros intentamos seguir viviendo de tal modo que seamos en este momento custodia que va al mundo, con consciencia de que Dios está en mí, que Dios está en cada persona, con la que me encuentro. Dios está presente y me dice algo que está presente en cada acontecimiento que tengo que afrontar a lo largo de cada día.

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