Comunidad de fe robusta

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COMUNIDAD ABIERTA
TESTIMONIO: MÁRTIRES REDENTORISTAS DE CUENCA
– Comunidad de fe robusta

Nos encontramos en el Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Madrid, ante la lápida que guarda los restos de estos seis misioneros redentoristas en Cuenca (España). Una comunidad redentorista mártir.

Leemos en las Constituciones, en el número 43, que, al hablar de comunidad, la primera comunidad, la comunidad primigenia, es la comunidad natural, la comunidad religiosa; una comunidad que ha de estar abierta al mundo que le rodea, una comunidad que ha de ayudar a los religiosos a discernir y leer los signos de los tiempos, signos de los tiempos que han de llevar a la comunidad a adaptarse a las circunstancias para seguir evangelizando. Los congregados, además de a la comunidad religiosa, pertenecen, porque no están fuera de la sociedad, pertenecen a la comunidad que forman todas las personas con las que viven, en donde han de ser fermento y para los que han de dar testimonio de esperanza y de Evangelio. Esto que leemos en la constitución 43 es lo que vivieron estos seis misioneros redentoristas. La comunidad les sirvió como un taller para vivir su vocación misionera redentorista y como un taller para leer los signos de los tiempos que estaban viviendo: la persecución religiosa, y un taller para responder con fidelidad a su vocación, con fidelidad a Dios, de esa fe que tenían.

Cuando llegó la persecución religiosa el 20 de julio, con motivo de la sublevación militar en África, la comunidad de Cuenca se dispersó entre familias amigas. El 25-26 de julio tuvieron registros y, para no comprometer el futuro de estas familias, deciden buscar otros escondites más seguros. Los padres Ciriaco Olarte y Miguel Goñi se refugian junto al sacerdote Don Enrique García, los padres José Javier Gorosterratzu y Julián Pozo, y el hermano Víctor Calvo, pidieron ser acogidos en el seminario, que estaba custodiado por la Guardia Civil, y el resto de la comunidad se refugió en el asilo de las hermanitas de los pobres, y allí, en un clima de oración, de comunidad, de celebración diaria de la Eucaristía, se fueron preparando para el martirio.

El día 30 de julio de 1936, el padre Ciriaco Olarte le comenta al padre Miguel Goñi: “pasado mañana será la fiesta de san Alfonso, quizás la pasemos en el Cielo”; y el padre Miguel Goñi le dijo: “Pues no hay mártires en la Congregación, quizás seamos los primeros”. Estas palabras proféticas se hicieron realidad: el 31 de julio, las 9:30 de la mañana, después de celebrar la Eucaristía, tocaron a la puerta de Don Enrique García, y los dos padres fueron llevados por un grupo de milicianos, con empujones, insultos, voces, escarnio… y fueron llevados a la Hoz del Huécar, donde fueron linchados, y dónde se les disparó, y exánimes tuvieron una larga agonía junto al río Huécar. Allí uno al otro se dieron la absolución y entregaron su vida al Señor.

Los que estaban en el Seminario se dieron cuenta del primer martirio que habían sufrido los compañeros redentoristas. Días después, fueron martirizado el obispo y su secretario, que estaban en el Seminario. Por eso, descubrieron todos los que estaban allá que correrían el mismo futuro, y se fueron preparando para el martirio. El día 9 de julio el padre Julián Pozo, un sacerdote de 22 años, que había estado enfermo toda la vida, que se había dedicado a confesar, a escuchar… ¡y a sonreír! (siempre con la sonrisa en los labios), fue sacado junto a un sacerdote (el deán de la Catedral) y fueron martirizados en un camino cercano a Cuenca. Suponemos que también a aquellos que le mataron les sonrió.

La noche siguiente les tocó el turno al padre Javier Gorosterratzu y al hermano Víctor Calvo. Fueron sacados con un grupo de sacerdotes, de allá del seminario, y martirizados junto a las tapias del cementerio.

Vemos que todos vivieron su martirio de forma comunitaria: de dos en dos, de tres… y lo vivieron con otras personas no redentoristas: sacerdotes diocesanos y algún seglar.

El caso del padre Pedro Romero es distinto. Vivió en el asilo de las Hermanitas de los Pobres hasta septiembre de 1937. En el momento en que el Comité Revolucionario asume el control del Asilo, y al no poder celebrar la Eucaristía, decide marchar. Se refugia con una familia amiga; allí recibe a cuantos acuden a él a confesarse, a celebrar la Eucaristía… pero alguien le delata y es llamado a declarar. Él decide, para no comprometer a nadie, vivir en la calle, vivir a la intemperie, vestido con su hábito de redentorista, y vivir de la limosna, acudir a quien le solicita algún sacramento (la confesión, la celebración de la Eucaristía, un responso…, incluso el bautismo). Dormir a la intemperie. Comer de la limosna. Vivir como un auténtico misionero en medio de aquellas circunstancias, y en la calle. Fue abucheado por niños que le atropellaban y le tiraban piedras, y así vivió hasta junio de 1938 en que fue detenido y metido en la cárcel. En la cárcel, agotado ya de sufrimientos, fallecía el día 4 de julio de 1938. Tampoco él vivió su fidelidad sólo, la vivió con otros sacerdotes y con otros seglares que estaban en la cárcel con él por razón de su fe.

Estos compañeros misioneros mártires nos recuerdan a todos los cristianos (religiosos, redentoristas, laicos…), la importancia de la vida en común, la importancia de la comunidad. Una comunidad que sea taller de vida fraterna, taller de espiritualidad, para afrontar los retos que la sociedad, el momento histórico, nos presenta, para dar testimonio de nuestra fe y ser fermento del Reino de Dios en medio de nuestra sociedad. Esta comunidad nos ayuda a releer los signos de los tiempos y a dar ese testimonio de nuestra fe.

 

Autor: Antonio M. Quesada Montoro CSsR

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