Clamando al Mesías #4 – Oh, Llave

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¡Saludos en Jesucristo! 20 de diciembre, siguiente Gran Antífona de Adviento ante nosotros para reflexionar. Escuchémosla de boca del p. Tomasz Jarosz.

La antífona de hoy – similar a la de ayer – nos remite de nuevo al Libro del profeta Isaías. En el capítulo 22 leemos: “Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará, y nadie abrirá”. En la antigüedad, al poner a alguien en el hombro la llave de una casa real, se transmite el gobierno del palacio. La llave es, pues, símbolo de un gran poder. Qué conmovedoras son estas palabras, usadas en un contexto de Mesías divino, de que, cuando Él cierre nadie abrirá y, cuando Él abra, nadie podrá cerrar. Traen consigo el convencimiento de los juicios irrevocables de Dios. Así presentada esta imagen puede llevarnos a dos extremos ante Dios. En uno de los polos encontramos el temor hacia Dios, el horror, un sentimiento abrumadora pequeñez ante el Todopoderoso, que pueden paralizar nuestra vida de fe, deformar la imagen de Dios a la de juez feroz, que sólo espera a que nos equivoquemos para cerrarnos las puertas de la salvación. En el otro, podemos caer en el pensamiento de que, dado que los juicios de Dios son irrevocables, no tiene sentido intentar hacer algo con nuestra vida: “lo que ha de ser, será, y no podré evitarlo”. Para no entrar en uno de estos dos caminos, veamos la segunda parte de la antífona de hoy. Responde a la pregunta de por qué al Mesías se le da esa fuerza poderosa de abrir y cerrar. Tiene como tarea sacar de la prisión al hombre “sumido en tinieblas y en sombra de muerte”.  Estas palabras recuerdan a las palabras de san Pablo a los Romanos: “el pago por el pecado es la muerte”. Si pecas, entonces vives en tiniebla y sombra de muerte, pues el pecado te cierra en una cárcel, de la cual no puedes liberarte por ti mismo. Quizás cada uno de nosotros tiene esa experiencia de que cuanto más a menudo surgen en nuestra vida los pecados, más oscuridad, abatimiento y malos pensamientos hay en nosotros. Esta condición afecta a nuestra percepción del mundo y a nuestra relación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos. Y a esta cárcel, en la que el hombre es apresado, llega Jesús, Jesús Resucitado, el cual, como leemos en el Apocalipsis, “tiene la llave de David”. Tiene autoridad para abrir y cerrar, tiene poder de abrir ante ti las puertas de una nueva vida y de cerrar tras de ti las puertas de tus pecados. Esto ocurre en el sacramento de la penitencia y reconciliación. Cuando escuchas en el confesionario las palabras “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, es el Señor Resucitado el que cierra tus pecados y nadie es capaz de abrir esas puertas; ése es el juicio irrevocable de Dios. Con alegría, acoge al Mesías que llega y su don de perdonar los pecados y de la vida eterna.

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