Clamando al Mesías #6 – ¡Oh, Rey!

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¡Saludos en Jesucristo! 22 de diciembre y una nueva Gran Antífona de Adviento ante nosotros para reflexionar. Antes de empezar, escuchémosla interpretada por el p. Tomasz Jarosz.

En la antífona de hoy, el Mesías es llamado Rey de las naciones, que es una referencia a la profecía de Zacarías, que en el capítulo 14 de su libro anuncia que “El Señor será rey sobre toda la tierra”. En la segunda parte de este versículo bíblico tenemos un complemento: “(…) en este día el Señor será uno y uno será su nombre”. Esto es para nosotros, personas del siglo XXI y a menudo perdidas en la inmensidad de diferentes propuestas de religiones y espiritualidades, un recuerdo de que sólo hay un Dios: aquel que nos creó y salvó, y no hay ningún otro. No da igual en qué dios creo o qué dios adoro. El verdadero solamente es uno, es Aquel sobre el que nos habla la antífona de hoy: el Deseado por los pueblos. En cada persona hay un deseo de Dios. Se expresa en las preguntas que antes o después toda persona se tiene que hacer: ¿Por qué existo? ¿Para qué? ¿Cuál es la finalidad de la vida humana? Las respuestas pueden ser diferentes, pero sabemos que Aquel que tiene las respuestas sólo es uno. Existes porque te ha creado el Dios que ama. El Dios que te modeló del barro de la tierra. De eso nos habla la antífona de hoy. Escuchemos la descripción del Libro del Génesis: “Entonces Dios formó al hombre del barro de la tierra e insufló en su nariz el aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente”. La persona fue hecha del barro de la tierra y, por ello, de los elementos del universo, de la materia; pero para que viva, Dios infunde en ella aliento de vida; en la persona hay por tanto algo más que en el resto de las criaturas. En toda la Biblia sólo el hombre es dado el aliento divino de vida. Dios, creando al hombre, le transmite el rasgo más esencial de la vida divina: la libertad, la capacidad de dirigirse, la profundidad de la persona humana y la espiritualidad. Así te creó Dios. No se limitó sólo a la materia para que no te trataras como una cosa, como las cosas que usas, como las cosas que dejas que otros usen. También te dio la profundidad de tu corazón, en la cual puedes encontrarle y escuchar las respuestas a las preguntas más esenciales de tu vida. Escuchemos el testimonio de san Agustín, que, tras muchos años de búsqueda del sentido de su vida, escribe así: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. En lo profundo de mi alma estabas, y yo por el mundo vagué y allí te encontré, captando caóticamente las cosas bellas que has creado. Estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; me aprisionaron lejos de ti las cosas que no existirían si en ti no estuvieran. ¡Qué grande eres, Señor! ¡Qué digno de que te alabe! Desea el hombre alabarte, una partícula de lo que creaste. Porque nos creaste para que nos dirigiéramos y nuestro corazón está inquieto hasta que descansemos en Ti”. ¿Cuál es entonces la finalidad de nuestra vida? La unidad con Dios, la vida eterna con Él, la felicidad sin límites, es decir, la salvación. Por eso clamamos hoy al Mesías, para que venga y nos salve, para que nos libre de nuestros pecados, de los pecados que nos cierran el camino hacia la felicidad, hacia la vida plena, hacia la realización de esa meta.

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