Puedo, quiero y tengo que ser santo
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Obediencia
Testimonio: Beato Gaspar Stanggassinger – „Puedo, quiero y tengo que ser santo”
“Puedo, quiero y tengo que ser santo”. Estas son las palabras del beato Gaspar Stanggassinger, que a menudo repetía en su vida; se guiaba por ellas y las ponía en práctica. El beato Gaspar, cuya memoria litúrgica celebramos el 26 de septiembre, nació en un pintoresco pueblo de los Alpes, en Bavaria, en Berchtesgaden, el 12 de enero de 1871, como el segundo hijo de 16 hermanos. Sus padres eran Gaspar y Crescencia. Su familia era muy numerosa, dedicada a la oración, al trabajo diario, al servicio a sus prójimos, pero también a aquellos con quienes en sociedad y parroquia compartían vida. ¿Era una familia ideal? No. En esta familia había, por supuesto, oración diaria, respeto común, trabajo, adoración a Dios… pero también había debilidades, como el hecho de que el padre de Gaspar a menudo no estaba en casa y abusaba del alcohol. Su madre era una hija ilegítima y el propio Gaspar tampoco era ideal. Como niño, en lo que a estudios se refiere, era un poco vago. Sin embargo, podemos decir que puso en práctica este lema cada día: “Puedo, quiero y tengo que ser santo”.
Yo tenía un gran deseo de ir a los lugares relacionados con la vida y la actividad de nuestro cohermano beato. Este deseo se cumplió cuando, por primera vez, volví de vacaciones desde la misión en Bolivia. Entonces, con un cohermano, el p. Kazimierz, fuimos a visitar a nuestros conocidos cercanos a Alemania y, entonces, pude también visitar Gars; allí recé ante las reliquias de Gaspar y también recibí de manos del superior de aquella comunidad una reliquia del beato, que siempre llevo conmigo. El retrato, que se encuentra aquí de fondo, fue pintado para mí en Tupiza, Bolivia, por una joven artista ya difunta de nuestra parroquia. Deseaba que este cuadro me acompañara. En el año 2000, justo tras esta visita a Gars, cuando volvía a Bolivia, el padre provincial, Gerard Weisbeck, me pidió que fuera el maestro del seminario de Santa Cruz.
Hablando del beato Gaspar, me gustaría referirme a uno de sus pensamientos. Como sabemos, Gaspar anhelaba mucho, tras la ordenación, ir a Brasil para ser misionero y anunciar la sobreabundante redención a la gente de allí. Pese a ello, los superiores le encargaron el servicio como formador: primero fue el sucesor del director del jovenado en Dürrnberg, y más tarde…
…fue designado director del jovenado en Gars. Condujo a los jóvenes a ser fieles a su vocación religiosa y sacerdotal. En su diario espiritual podemos leer sus reflexiones y decisiones de los retiros antes de las ordenaciones sacerdotales, que tenían lugar desde el 6 al 15 de junio. Allí anotaba, entre otras cosas: “el único motivo, que me induce a ordenarme sacerdote es la gloria de Dios y la salvación de las almas”. Éste era el objetivo de su vida como redentorista sacerdote. ¿Cómo quería lograr este objetivo? Él lo escribe así: “Para lograr este objetivo, confío completamente en la santa voluntad de Dios, que se me muestra por medio de mis superiores”, es decir, la obediencia. En los superiores, nuestro beato percibe al mismo Jesucristo y sabe que sólo siendo obediente podrá lograr este objetivo, es decir, que Dios sea adorado y que la gente se salve. No le interesan los elogios de la gente. Desea únicamente la gloria de Dios. También dice en su diario que, como sacerdote, siempre dará prioridad a la gente pobre, sencilla, humilde, tanto en la escucha de sus confesiones, como en la predicación del Evangelio. ¿Para qué? Para conducirlos hacia el Reino de los Cielos. En sus sermones evitaba vanidades, para así predicar la Palabra de Dios y no predicarse a sí mismo. Preparaba los sermones en la oración y muy a menudo ante el Santísimo Sacramento.
Como comenté, el principal servicio de su corta vida fue la formación de los chicos del jovenado. ¿Cómo entendía la formación? Creía que debía ser integral, es decir, abarcar las áreas psíquica, intelectual, moral y religiosa. La educación significa mucho más que aprendizaje y transmisión de conocimientos. Educar en el sentimiento es tan importante como la formación del entendimiento y el corazón. Sabemos que la formación es muy importante. La persona bien educada, como dice el beato Gaspar, integralmente, responderá plenamente al llamado de Dios y, como pastor, servirá a la gente. Toda la educación debe estar impregnada de religión. Dios, con toda revelación, ha de impregnar todas las capas y superficies de la vida de la persona. En sus notas aparecen una y otra vez cuatro palabras claves: amor, respeto, libertad y alegría.
Amor. Pensaba, y así actuaba, que hay que amar a todos del mismo modo, sin hacer distinciones. Intentó amar a sus formandos tal y como son, y no como deberían ser. Por supuesto, los jóvenes le amaban. Solía decir: “dedicándose a la formación, debemos tener una provisión inagotable de indulgencia, paciencia y entrega”. Éstas son características, por las cuales debería caracterizarse cualquier educador.
Respeto. La formación de personas es solo su perfeccionamiento según el plan delimitado por la Providencia divina, por eso…
El formador debe estudiar los dones de la gracia y la naturaleza, para tomarlos en cuenta, ya que la formación es una obra de variedad interminable. “Nada es más perjudicial y peligroso como arrojar a los formandos a un crisol y tratarlos como una fundición uniforme de hierro”, afirmaba el beato Gaspar. El respeto es un derecho fundamental de toda educación.
Por lo que respecta a la libertad, el respeto también incluye el respeto de la libertad. “Con santo temor, dice Gaspar, debe protegerse la libertad del joven”, pues éste es una criatura libre, moral y racional, y esto hay que recordarlo. No puede educársele sin y en contra de su voluntad. Solía decir a sus formandos: “Dios no quiere de nosotros nada que sea forzado e impuesto por la fuerza, sino aquello que es querido, elegido y se lleva a cabo desde el amor hacia Él”. Se trata, entonces, de libertad, cuyo fundamento es la verdad sobre el hombre, Dios y el mundo.
Alegría. La formación al estilo que propone el beato Gaspar debe despertar involuntariamente alegría en los jóvenes. Uno de sus alumnos decía así: “No quiere ver nunca rostros tristes. Los jovenistas deben ser alegres y animados – con tal de que no se desenfrenen”. Estaba completamente entregado a sus formandos y a la tarea que se le encomendó. No se preocupaba sólo por la formación religiosa, por el refuerzo de la fe, sino también por su condición física. Como turista entusiasta, que desde niño había caminado por las montañas, también lo fomentaba e iba por las montañas con los jóvenes: bien fuera en Dürrnberg o en Gars a la casa familiar, donde eran recibidos por sus padres y hermanos.
Gaspar no tenía ningunas herramientas o medios especiales para ser santo. Vivía con el mismo carisma que todo redentorista. Se inspiraba en los mismos escritos de san Alfonso que nosotros. Se alimentaba del Cuerpo y la Sangre de Cristo, frecuentaba el sacramento de la reconciliación, meditaba la Palabra de Dios y también predicaba esa Palabra. Se preocupaba especialmente de los más pobres.
Éste es el camino que le dirigía a Dios, a la santidad. Nosotros también tenemos los mismos medios. Aprovechémoslos, para que algún día podamos encontrarnos con Gaspar en la casa del Padre. Yo tengo la esperanza de que Gaspar me seguirá acompañando en la vida redentorista, en mi servicio como formador y, sobre todo, espero que algún día nos encontremos cara a cara en la casa del Padre y que allí hablemos largo y tendido.
Autor: Adam Kośla, CSsR
Traductor: Carlos A. Diego Gutiérrez, CSsR
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