EL VOTO DE LA POBREZA Y LA VIDA MISIONERA REDENTORISTA

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EL VOTO DE LA POBREZA Y LA VIDA MISIONERA REDENTORISTA

Un saludo fraternal para todos. Soy el Padre Manuel Rodríguez Delgado, Redentorista, y secretario ejecutivo del Secretariado General de Formación en Roma. Se me ha pedido hacer una breve presentación sobre el voto de la la pobreza en nuestras Constituciones.
El voto de la pobreza se presenta en las Constituciones en los números 61 -70 y en los Estatutos, números 043 a 047. Es interesante que en nuestras Constituciones el número de las Constituciones para el voto de castidad son 4, el número de las Constituciones para el voto de obediencia son 5, pero el número para el voto de la pobreza son 10.
Tenemos el privilegio de tener las Constituciones y Estatutos como guía para la Vita Apostolica porque, además de ser reflejo de la Palabra de Dios y reflejo directo del pensamiento del Concilio Vaticano II, nos inspiran en nuestra vida diaria de la vivencia del voto de la pobreza en el mundo de hoy.
Se ha reflexionado y escrito mucho sobre el voto de la pobreza en la Vida Religiosa y, en particular, el voto de la pobreza para nosotros como misioneros redentoristas. Más que reflexionar sobre cada Constitución o Estatuto individualmente, en esta breve presentación, haré seis comentarios generales que nos darán una base para todas las Constituciones y Estatutos sobre el voto de la pobreza y concluiré la presentación ofreciendo algunas reflexiones concretas para nuestro tiempo. Algunos de mis comentarios han sido compartidos en esta serie de videos porque todos los temas de nuestras Constituciones están interrelacionados, especialmente cuando se habla de nuestra misión y nuestra vida.
En primer lugar, la Constitución nº 56 introduce la profesión de los consejos evangélicos como respuesta de amor de Cristo «que nos amó primero». San Alfonso habló mucho de la respuesta de amor de Cristo por nosotros. El voto de la pobreza es una respuesta al amor de Cristo por nosotros.
En segundo lugar, la referencia principal para todos los votos de consagración religiosa, y en este contexto, el voto de la pobreza es el mismo Jesucristo, el que «siendo rico se hizo pobre» (Constitución # 61), el que «vino a evangelizar a los pobres».

En tercer lugar, los votos están interrelacionados. Un voto influye en los otros dos y ayuda a vivirlos. No puedo ser casto si no soy primero pobre y dependiente de Dios en una comunidad apostólica y una persona de oración. No puedo ser obediente si no soy primero casto y apasionado por Dios y convencido del amor de Dios por mí. La vivencia de los votos requiere tener en cuenta cada uno de ellos y también descubrir la interdependencia mutua.
Cuarto, desde la antigüedad la Iglesia ha modelado el don total del hombre a Dios en las actitudes de castidad, la pobreza y obediencia porque abarcan las dinámicas más fundamentales del ser humano: la sexualidad, la posesión y el poder. Hablar del voto de la pobreza es hablar de una de las pasiones más intensas de la persona.
Quinto, ¿por qué hacer los votos y, en particular, este voto de la pobreza? Hacemos este voto porque la consagración religiosa no es un mero acto ritual; no es el resultado automático del rito de la profesión religiosa. Es una consagración de la vida, que no se hace de una vez por todas el día de la profesión; se hace en nuestra historia cotidiana. Es una consagración progresiva. Nos hacemos «pobres».
Sexto, todos los votos religiosos y el voto de la pobreza no son un compromiso abstracto. Este voto toca la parte más profunda de nuestro ser como seres humanos. El voto de la pobreza es un compromiso entre la realidad humana y el horizonte último de Dios. El voto de la pobreza es una profunda confesión de fe que se hace con el corazón desde la realidad humana y es impulsado por el Espíritu de Jesús. Para nosotros, Redentoristas, la relación del voto de la pobreza con los pobres es especialmente esencial desde la inspiración de San Alfonso ya que, en el Supplex Libellus de 1748, San Alfonso menciona a los pobres unas siete veces como la razón de la existencia del naciente Instituto.
La Constitución # 65 nos dice: «La caridad misionera les exige que lleven una vida verdaderamente pobre, acomodada a la condición de los pobres que han de evangelizar. De este modo los congregados demuestran su solidaridad con los pobres con los pobres y son para ellos signo de esperanza.”
DOS CONCEPTOS IMPORTANTES: DISPONIBILIDAD Y SOLIDARIDAD:
Para los Redentoristas, auténticos hijos e hijas de San Alfonso, hacer el voto de la pobreza significa vivir una vida de constante éxodo. La Constitución 67 nos habla de movilidad. El fin último de la pobreza redentorista no es meramente moral, dar un buen ejemplo; es esencialmente apostólico, anunciar el evangelio con la vida, y ser creíble. La pobreza sin plena disponibilidad para la misión no tiene sentido. La consagración religiosa no es una huida, un escape del mundo, sino la disponibilidad, revestida de radicalidad, para la misión en el mundo. La pobreza redentorista es esencialmente apostólica; su finalidad es crear disponibilidad y solidaridad con los empobrecidos.
Nuestra pobreza es voluntaria; no somos pobres a causa de la injusticia o de la opresión social. Nuestra pobreza no es, ante todo, de renuncia, sino de comunión y de solidaridad. Hacer un voto de la pobreza es ser solidario con los empobrecidos. La solidaridad con ellos es la manera más eficaz de recuperar el sentido más genuino de la pobreza y su dimensión comunitaria y apostólica.
Sin una disponibilidad y una solidaridad absolutas, la pobreza sería más bien una actitud jurídica, que no tiene mucho valor, y que abre muchos caminos para justificar todo lo que poseemos o queremos poseer.
LA POBREZA HOY:
Todo esto me lleva a lo que considero de gran importancia para nosotros en nuestro tiempo. El Estatuto 044 nos dice que, «como miembros de un Instituto destinado a la evangelización de los pobres, los congregados tengan una fina sensibilidad ante la pobreza del mundo y los graves problemas sociales, que angustian a casi todos los hombres. Toda clase de pobreza – material, oral, espiritual debe incitar su celo apostólico. Las aspiraciones legítimas de los pobres serán sus propias aspiraciones.”
El tema de la pobreza, de la Iglesia pobre, del cristiano pobre y solidario, es uno de los temas de nuestro tiempo, estimulado por la conciencia del mundo en torno a las naciones pobres y a los sectores hambrientos de la humanidad. Es también uno de los grandes desafíos de la Iglesia y de la vida religiosa hoy, debido al fuerte contraste entre lo que proclamamos, la realidad de la Iglesia y nuestro estilo de vida.
Se critica mucho la falta de la pobreza colectiva entre los religiosos. A veces vivimos coherentemente nuestra pobreza personal, pero estamos insertos en estructuras grandiosas que contradicen nuestro testimonio, especialmente cuando estas estructuras están desocupadas. A menudo se pone en duda nuestra sensibilidad ante el drama de la pobreza en el mundo.
No hay duda de que el ideal de seguridad económica y los hábitos consumistas de la sociedad occidental están deteriorando nuestra Vida Consagrada.

Nos hemos quedado atrapados en las redes del sistema. Tal vez la mayoría de los problemas que sufre la vida religiosa hoy en día tienen sus raíces en el abandono de la pobreza evangélica. Cuando la pobreza sufre, todos los aspectos de la vida religiosa sufren: la espiritualidad, la comunidad y la misión.
La Const. 63 nos obliga: «Sin descuidar las formas ya probadas de pobreza, busquen de buen ánimo nuevas formas de practicarla, que armonicen más y mejor con el evangelio y constituyan un testimonio personal y comunitario de la pobreza evangélica».
No hay duda de que es difícil encontrar nuevas formas. Parece que, hasta el momento, nada se ha propuesto de forma radical en cuanto el seguimiento de Cristo.
Hay autores que, al hablar de las nuevas estructuras de las Parroquias que los tiempos nos exigen, no basta con que algunas parroquias se especialicen, como lo han hecho hasta ahora, en el servicio de los pobres, en contraposición a otras, especialmente las de las zonas más ricas, se dedican al culto. Dondequiera que estén, las parroquias deberán ser menos sacramentalistas, menos ritualistas y menos clericales, y más caritativas. «Pan de la Palabra», sí. Pan de la Eucaristía también, pero sobre todo el pan de la mesa compartida, de los fieles que se aman y que no permiten que sus hermanos y hermanas pasen hambre o necesidad». Además, logran la multiplicación de los panes y los peces, es decir, el milagro de compartir. Porque, como los primeros cristianos, «lo ponían todo en común… y tenían un solo corazón y una sola alma» (cf. artículo de la revista digital «Boletín de la Religión Digital», «Cómo deben ser las parroquias del post-Coronavirus, hay que refundar las parroquias y volver a poner a los sacerdotes de funcionarios a servidores», 11 de mayo de 2020).
Lo que es prometedor es la encarnación (o lo que los religiosos llaman comúnmente «la inserción») en muchas comunidades en ambientes pobres y marginales (cf. Estatuto # 045), abandonando los lugares tradicionales y la formación de pequeñas comunidades consideradas más funcionales para la acción pastoral principalmente dentro del submundo de los pobres.
A veces el voto de la pobreza puede ser utilizado para dispensar de la ley del trabajo (Consti. # 64, «Como pobres, siéntanse obligados a la ley del trabajo, de modo de cada uno, cumpliendo con su deber, contribuya según sus posibilidades al propio sustento y al de los demás.”
A menudo vivimos como si no tuviéramos que ganarnos el pan propio y el pan del otro. La inconsciencia en materia económica es frecuente en las comunidades religiosas, tal vez porque muchos religiosos son dispensados, no participan o no están informados de la administración y los gastos diarios para mantener nuestros monasterios. Como dijo un cohermano, si le preguntara a un cohermano, incluso a uno en formación, cuánto cuesta una botella de leche o una libra de pan, la mayoría no podría responder.
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CONVERSIÓN
En este momento, estamos comenzando lo que se puede llamar «tiempo post Coronavirus». No hay duda de que COVID-19 es y seguirá dejando al mundo en una de las peores recesiones económicas de los últimos tiempos. Y eso sin mencionar las consecuencias sociales, como los prejuicios, la xenofobia, la fragmentación social y política, etc.
Sabemos que quienes más sufren, son abandonados y excluidos en estas circunstancias son los pobres y marginados. Si las condiciones de nuestros hermanos y hermanas antes de COVID-19 eran precarias, lo serán aún más en este tiempo posterior a COVID-19. Si el estilo de vida de algunos religiosos antes era un escándalo desde la perspectiva de los Evangelios y para los empobrecidos de nuestro mundo, será aún más escandaloso en este tiempo post-COVID-19.
Nuestra vida consagrada, nuestros votos, entre ellos el voto de la pobreza, nuestro ser y hacer como auténticos discípulos de Jesús, nos llaman ahora a nuevas conversiones.
Si la conversión es una parte esencial del ministerio del misionero redentorista consagrado (Const. 3, 10, 11, 12), esta conversión debe comenzar desde el propio ser y luego extenderse a toda la comunidad religiosa. La Constitución nº 41 nos dice:
«Los congregados han de enderezar sus esfuerzos a revestirse del hombre nuevo, hecho a imagen de Cristo crucificado y resucitado de entre los muertos, de manera que así logren purificar todos los móviles de sus juicios y actuaciones. Pues la conversión de corazón y la incesante renovación de sus criterios deben caracterizar toda su vida cotidiana.” (PO 13, 18).

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