Fuente y Culmen #9 – Rito de conclusíon

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Fuente y Culmen #9 – Rito de conclusíon

 

¡Amigos!

Estamos ante la última parte de nuestra explicación, aclaración, o profundización para ser conscientes de la Eucaristía y nuestra participación este Sacrificio Santo. Se acerca el momento de la bendición de Dios en el camino, el momento del envío.

Antes de continuar, normalmente los sacerdotes, los ministros, los párrocos y vicarios, nos leen los avisos parroquiales, dando información de la vida de la iglesia, de aquello que ocurrirá. Esto es importante. Es bueno que nos quedemos en misa hasta el final. Entre comillas: “no nos escapamos antes”, antes de la bendición. Es muy importante que estemos hasta el final, que esperemos realmente hasta la bendición final y el momento de envío. La misa tiene en sí una extraordinaria dinámica. Mirad que el sacerdote que preside nos envía en el nombre del propio Dios. Lo hace desde la sede, desde aquí donde me encuentro, en este lugar de nuestra capilla. El sacerdote puede hacerlo, por supuesto, desde el altar, pero fundamentalmente lo hace desde la sede. Es bueno si realmente recibimos con dignidad la bendición de Dios para el camino. Es un poco como una madre y un padre que envían a sus hijos, dándoles la bendición. Es como cuando lo hacían nuestros abuelos y bisabuelos. Hoy no es tan común, aunque vuelve esta costumbre de bendecir a los niños para el camino. Vamos de otra manera en la vida cuando nos bendicen, cuando nos desean la felicidad, pues esta bendición de veras es un deseo de felicidad. Que Dios vaya contigo. Con la bendición de Dios ve al mundo, el cual no es fácil, en el cual seguramente hay muchas tentaciones, de un tipo u otro. Podemos estar realmente seguros o felices si somos conscientes de que conmigo va Dios, quien me habla, quien habla a mi corazón, que me alimenta con su cuerpo, su santísima sangre. Ahora me bendice, para el camino, para mi vida. Es un momento increíblemente importante, muy dinámico. No acabamos la misa en el momento del envío.

Puede decirse que es precisamente ahora cuando comienza esta segunda parte de nuestra vida con la Eucaristía, si realmente vivimos el encuentro con Jesús seriamente, o si nos dejamos tocar por Jesús. Ahora tenemos que ser testigos de aquello que ha ocurrido aquí, tenemos que dar testimonio de nuestra vida, de que verdaderamente creemos, que confiamos, que Jesús realmente nos indica el camino preciso. Mirad que ya en este momento no sólo las palabras son importantes, sino que es de gran importancia el testimonio de Jesucristo. Volvemos transformados. Volvemos siendo otros a nuestras casas, a nuestras familias, a nuestros trabajos.

Damos testimonio expreso. Nuestra vida ahora es testimonio de esta experiencia, de este encuentro con el Dios vivo. Qué importante es que cada uno de nosotros recibamos esta bendición de dios para este testimonio. El sacerdote nos bendice en nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Y así como comenzábamos la Eucaristía, con el signo de la cruz, así ahora la terminamos con el signo de la cruz y recibimos la bendición de Dios. El sacerdote nos dice: Podéis ir en paz.

Id, no os quedéis parados. Id al mundo. No temáis al mundo, sino transformadlo, que sea bello. Este mundo es como es, pero cada uno de nosotros puede hacerlo bello. ¡Cada uno! Es importante que nos comprometamos con esta transformación del mundo. Esto me recuerda la historia de la vida de santa Teresa de Calcuta. Cuando uno periodista le preguntó: Madre, ¿puede este mundo ser mejor? Ella respondió: Yo pienso que si yo soy mejor, y tú eres mejor, entonces el mundo será mejor. Me imagino ahora: Esto todavía es costumbre en muchas familias polacas, sobre todo en algunas regiones de Polonia, pero si nosotros ahora, tras la Eucaristía dominical o de alguna festividad, tras esta celebración en la iglesia en comunidad, volvemos a casa llenos de Dios, entonces nuestro mundo puede ser mejor. Ahora por supuesto os invito, queridos, a que cuidéis de la participación comunitaria en la Eucaristía dominical.

No es los niños por un lado, los jóvenes por otro, los mayores por otro. Juntos, comunitariamente, como familia. Como aquellos que son testigos de que Dios nos bendice. Vayamos juntos si hay esa posibilidad. A veces por diversas causas no la hay, pero vayamos juntos en comunidad. Y mirad: si se puede celebrar en casa, guardar el domingo con la familia, para vosotros, sería maravilloso; se podría extender esta celebración desde la iglesia a nuestras casas, a nuestras familias, las cuales se convierten en cenáculos domésticos. Allí seguimos celebrando el estar con Dios. No dejamos de lado a Dios. Nuestro Dios no es Dios sólo en la iglesia. Nuestro Dios es Dios en todas partes. Allá donde vayamos, vamos con Dios. Os pido afectuosamente que seáis conscientes de esto: somos transformados, alimentados. Cristo no indica el camino y ahora vamos por la vida con su bendición. Que Él nos acompañe. Que nos acompañe esta consciencia de que en este camino de la vida no estamos solos.

Estas han sido unas reflexiones simples y catequizadoras; quizás haya habido en ellas algo de predicación, pero todo para que fueran vivas, para que no estuvieran tan vacías, para que la letra no estuviera muerta. Amigos, tenemos un gran regalo y el misterio de la Eucaristía. Tenemos que aprovechar este misterio de la Eucaristía lo más frecuentemente posible, para que este misterio nos transforme, para que haga de nosotros gente hermosa. Para finalizar, unas palabras del párroco de Ars, Jean Vianney, que una vez dijo esta frase: si al final conociéramos los misterios de la Eucaristía y el sacerdocio, entonces tendríamos que morir.

Morir no de miedo, sino de admiración. ¿Somos capaces de admirar este misterio? De seguro en gran medida depende de nosotros, pero amemos la Eucaristía, amemos a Cristo en la Eucaristía, amemos este misterio de presencia viva de Dios en el Sagrario. Él está con nosotros. Adorémosle. Intentemos poner la mirada en Él, y nuestra vida, por su gracia, será mejor. Esto os deseo con todo el corazón. Que Dios os bendiga.

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