Fuente y Culmen #8 – El Banquete Eucarístico

Ver el video

Puedes encontrar los subtítulos en tu idioma en la barra de reproducción de YouTube.

Leer

Fuente y Culmen #8 – El Banquete Eucarístico

 

Amigos, seguimos con nuestras catequesis acerca de la Eucaristía. Tras la gran doxología, tras el canto solemne: Por Cristo, con Él y en Él, llegamos a la última parte de la misa, a la llamada liturgia del banquete eucarístico. Sabemos que la misa es el más santo sacrificio de Jesucristo. Sabemos que la Eucaristía es acción de gracias. Sabemos también que la Eucaristía es un banquete, en el cual el mismo Cristo quiere alimentarnos. ¿Con qué? Con él mismo.

Antes de que comience el rito de la Santa Comunión, tenemos una gran invocación hermosa a la Oración del Señor, a esa oración que es modelo de oración, que nos dictó el propio Jesús. Cuando los discípulos le pidieron que les enseñara a rezar, Jesús les dijo: Rezad así: Padre Nuestro, que estás en el cielo. Este es el momento durante la Eucaristía, en el que todos estamos reunidos e invitados a pronunciar conjuntamente la Oración del Señor. El sacerdote tiene para elegir algunas invitaciones posibles, dependiendo del ciclo del año litúrgico. Puede también invitarnos a esa oración con sus propias palabas. La Oración del Señor tiene un extraordinario gran valor, no sólo porque el mismo Cristo no la diera, sino también porque la oración del Padre Nuestro nos fue ofrecida a todos durante el Bautismo. Es precisamente la primera oración que la Iglesia nos enseña, la cual nos da mientras en el momento en que nuestros padres nos llevaron a la iglesia y cuando, en nuestro nombre, dijeron por primera vez esta oración. La oración del Padre nuestro puede ser cantada o recitada. Al final de la oración no decimos amén, sino que continúa con el llamado embolismo, es decir, el despliegue de la última petición de la oración del Señor, cuando nos dirigimos al Padre: y no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Precisamente en este momento el sacerdote desarrolla a modo de oración esta última petición de liberación del mal, diciendo: libranos, Señor, de todos los males, para que ayudados por tu misericordia vivamos libres de pecado. Cuando el sacerdote termina la oración del Padre nuestro, de nuevo todos nosotros, los creyentes, unimos en la iglesia nuestra oración de adoración: Tuyo es el Reino, Tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor. Merece la pena subrayar en la Oración del Señor el hecho de llamar a Dios Padre. Si llamamos a Dios Padre, significa que todos nosotros somos hermanos, todos nosotros somos hijos del mismo Dios. Seamos conscientes de esta filiación divina ante el Señor.

Amigos, tras la oración del Padre Nuestro, sigue el embolismo y, tras él, es muy significativo el rito de la paz. Es ese momento en que nosotros, reunidos en comunidad de creyentes, nosotros discípulos de Jesús, queremos ofrecernos mutuamente la paz. No es nuestra paz, es la paz que recibimos, es un don del mismo Jesús. Nosotros con un gesto nos ofrecemos la paz. La Iglesia prevé algunas formas posibles para esto. En la Introducción General del Misal Romano y en las indicaciones del Episcopado Polaco de 2005, la Iglesia nos enseña que en Polonia este gesto de la paz podemos hacerlo, al menos, de dos formas distintas. La primera se trata de darnos la mano con el que está a nuestro lado; la segunda con una inclinación de cabeza a los que están a nuestro lado. Es un gesto muy significativo y bello y merece la pena que se ambos gestos se hagan con fe y convencimiento. Es posible hacer este gesto de la paz usando las fórmulas: La paz del Señor esté siempre contigo o La paz sea contigo, a lo que respondemos amén. También se puede dar el gesto de la paz sin usar las fórmulas. Queridos, es un gesto muy importante que a todos nosotros nos une entorno a una mesa, pues a continuación, tras darnos el gesto de la paz, llegamos a un rito muy importante, el rito de la Comunión, durante el cual nos alimentaremos del mismo Cristo.

Volviendo al signo de la paz, quiero decir que en la Iglesia Oriental el signo de la paz se da antes, esto es, antes del rito de la preparación de las ofrendas. Esto está relacionado con el Evangelio según san Mateo (Mt 5, 23), cuando se dice que:  Si llevas tu ofrenda ante el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, primero ve y reconcíliate con tu hermano, y después fe y haz tu ofrenda. Así es en la Iglesia Oriental. En la Iglesia Occidental, por su parte, nos damos el gesto de la paz justo antes de ir a comulgar. Esto es muy importante para que, con ánimo de recibir el Cuerpo de Cristo, vivamos en amistad con todos, para que nos demos mutuamente la paz, la paz de Cristo. No es nuestra paz, es la paz de Cristo, que va con nosotros por la vida, quien nos apoya.

Tras darnos mutuamente el gesto de la paz, el Pueblo de Dios canta la invocación Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. En este momento el sacerdote se prepara. El que preside la liturgia se prepara para acoger dignamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo, por eso pronuncia mientras tanto una de las dos oraciones propuestas. Habitualmente hace esto en silencio, porque es su oración, es una oración para que él sea digno de alimentarse del Cuerpo y Sangre de Cristo. El sacerdote toma las especies santas, va y reparte a los creyentes la Sagrada Comunión.

Hay una nota en la IGMR: en la Sagrada Comunión repartir las hostias que se han consagrado durante la misa que se está llevando a cabo. Es una invitación a la Iglesia para hacerlo sobre todo en los días, cuando tenemos menos afluencia de fieles, en el día a día, cuando más o menos prevemos cuánta gente puede haber. Más difícil es en domingo, cuando realmente hay multitud de fieles que quieren recibir al Señor. Entonces los sacerdotes, acólitos o laicos asistentes se acercan a ayudar, tomando el Santísimo Sacramento del sagrario. La idea principal es alimentarse de la Comunión de esa Eucaristía que está llevándose a cabo. El sacerdote va a repartir el Cuerpo de Cristo. Aquí es un momento muy importante que salimos dirección a Cristo. No nos quedamos en nuestros sitios. Salimos de nuestros bancos, vamos a los lugares designados en nuestras iglesias para recibir el Cuerpo de Cristo. En las indicaciones del Episcopado polaco se dice que la Comunión en Polonia la recibimos en la lengua, en la boca, pero la Iglesia polaca permite también recibir la comunión en las manos. El ministro de los santos sacramentos, el sacerdote, diácono o el ministro extraordinario de la comunión tiene que ser testigo de que consumimos el Cuerpo de Cristo. No cogemos la sagrada Comunión y nos vamos a los bancos. La consumimos en presencia del ministro. Esto es muy importante. La Iglesia polaca dice en sus indicaciones, que la comunión podemos recibirla en diferentes posturas: arrodillados y de pie.  Es importante que aquellos que se acercan de pie a la Comunión, ya antes de recibirla realicen una inclinación y expresen de esta manera respeto ante el Santísimo Cuerpo de Jesús. No estamos tomando cualquier cosa. Estamos alimentándonos del mismo Cristo, del cuerpo de Jesucristo. Aquí siempre me acuerdo de la historia de la Iglesia perseguida, descrita en muchos documentos. Me gustaría traerla en este momento.

Esta historia sucedió en el año 304, cuando un grupo de cristianos se vio atrapado en la celebración de la Eucaristía, la cual, por supuesto, no podía celebrarse entonces del modo usual, normal. Los cristianos celebraban la Eucaristía de modo clandestino, oculto, porque estaba severamente prohibida. Cuando los cristianos del siglo cuarto se vieron atrapados por los soldados romanos, el procónsul les hizo una pregunta: ¿Por qué celebrabais la misa? ¿Por qué coméis el Cuerpo de Cristo? Seguramente lo dijo de otro modo, pero apunta a que los cristianos del norte de África respondieron de esta manera: no podemos vivir sin Eucaristía; sin Eucaristía no sabemos vivir. Ésta es una fuerza increíble. Todos estos cristianos fueron asesinados, pero nos dejaron el testimonio insólitamente fuerte de que, a causa de la Eucaristía, se puede incluso renunciar a la vida. Nosotros no somos perseguidos y podemos participar en la misa, sólo si tenemos la disposición. Sólo si estamos en estado de gracia santificante, estamos invitados a alimentarnos del Cuerpo de Cristo, o sea, a participar de modo pleno en la Eucaristía.

Os diré que mi corazón siempre se llena de dolor cuando miro a los muchos cristianos en nuestras iglesias, que no se acercan a la comunión, quienes, a veces, durante todo un mes han venido a las misas dominicales, pero no han tenido el valor de acercarse a comulgar, no quieren alimentarse del Cuerpo de Cristo. Es bueno que queramos alimentarnos del Cuerpo de Cristo. ¿Por qué? Porque nosotros, en esta peregrinación de la fe, durante esta peregrinación terrenal, estamos amenazados por multitud de peligros. Somos débiles, pecadores y necesitamos fuerza que fluye de lo alto. No es nuestro poder. Este poder procede de Dios. Este poder procede del mismo Jesús, quien quiere alimentarnos de sí mismo. Además, Jesús dijo: Si no coméis del Cuerpo del Hijo del Hombre, no tendréis vida en vosotros. Si queremos tener vida, tenemos que alimentarnos de Jesús. ¡Qué bueno es alimentarse de Jesús! ¡Qué bueno es recibirle! ¡Qué bueno es que tengamos este alimento que nos llena de fuerza! No de nuestra fuerza, sino de la fuerza del propio Dios.

Conocemos de seguro esta increíble y poderosa historia (al menos para mí es muy poderosa) de la mística francesa Marthe Robin, la cual murió en 1981. Esta santa mujer (así hay que decirlo) puede que sea en breves proclamada santa. Durante los últimos 52 años de su vida terrenal se alimentó solamente de la santísima Eucaristía. No comía otra cosa. Sólo recibía una vez a la semana, el jueves, o sea el día de la institución de la Eucaristía, la sagrada Comunión y vivió durante 52 años. Es un testimonio muy poderoso. En los últimos años en nuestra patria (en el este en Sokółka, y en el oeste en Legnica) hubo dos supuestos milagros eucarísticos. Puede que sea el llamado del mismo Jesús hacia nosotros para que nos acerquemos a él, para alimentarse de Él, pues sin él no podemos vivir bien. Amigos, es importante que no condenemos a nadie, si vemos en nuestras iglesias que alguien se acerca a comulgar de pie, de rodillas, que alguien acoge a Cristo extendiendo las manos, o alguien lo acoge en la boca. La Iglesia admite estas formas. La Iglesia está del lado de los fieles. ¿Quiénes somos para juzgar a otros? Nosotros hemos de alimentarnos de Cristo. Si lo hacemos, de seguro nuestra vida (así confío, así lo creo) viviremos sabia y bellamente.

Después de haber recibido la santa Comunión, al mismo Cristo, nos convertimos de veras en sagrarios vivientes. Jesús ya no está en el sagrario. Jesús está en nuestro corazón, en nosotros, que le hemos acogido. ¿Qué obligación conlleva esto? Nosotros somos sagrarios vivientes, llevamos a Jesús, no podemos volver a casa iguales, como cuando íbamos de casa a la iglesia; ahora volvemos con Jesús, con el Dios vivo y verdadero, que llevamos en nuestro corazón. Esto, por supuesto, aumenta nuestro compromiso con una vida bella e inteligente. Un momento muy importante es el de la acción de gracias tras la Comunión. Lo expresamos de diversas maneras. La Iglesia nos propone un momento de silencio o cantos de acción de gracias. Nuestros pastores en las indicaciones de 2005 nos invitan a los polacos a que, como fruto del Año Eucarístico, tengamos la costumbre de cantar cantos de acción de gracias, de alabanza a Dios porque él nos ha alimentado consigo mismo, porque estamos llenos de Él. Sería bueno si realizáramos estas indicaciones. A ello os invito de corazón. Si no cantamos en comunidad, está bien, si en el corazón adoramos a Jesús y le agradecemos que Él haya venido a nuestro corazón, que quiere estar con nosotros, que quiere fortalecernos, que quiere dirigirnos.

Finalmente, la oración tras la comunión finaliza esta parte de la Eucaristía. Esta es una de las tres oraciones dirigidas por el sacerdote que preside la Eucaristía. Esta oración nos hace conscientes de la gran verdad de que alimentarse del Cuerpo de Cristo nos compromete a una mejor vida, a una vida santa. Ya no podemos volver iguales a como antes de la misa. Nosotros, de veras, tenemos que volver nuevos, cambiados, transformados y a eso es a lo que precisamente esta oración nos invita.

This post is also available in: polski (Polaco) English (Inglés)


Noticias recientes